SERIE DE SERMONES SOBRE MALAQUÍAS “LA IGLESIA A JUICIO”
TEXTO BÍBLICO: MALAQUÍAS 1:1-5
INTRODUCCIÓN
La amnesia es un trastorno mental que consiste en la pérdida parcial o completa de la memoria. En términos médicos, es un trastorno del funcionamiento de la memoria durante el cual el individuo es incapaz de conservar o recuperar información almacenada con anterioridad. Sus causas pueden ser orgánicas, es decir, son causas que dañan seriamente al cerebro como un trauma físico o de la infancia, o el consumo de drogas, o funcionales, esto es, causas psicológicas que son el producto de alguna clase de sistema defensivo de la mente. El que la padece pierde el control de sus recuerdos y de aquella información del pasado que lo identifica, sufriendo una frustración enorme al querer y no poder asir aquellas parcelas de la memoria que hablan de su personalidad, de sus actos pretéritos o de sus relaciones previamente establecidas. La verdad es que ser amnésico es mala cosa, ya que el que la padece se siente confuso y desorientado, algo que nadie queremos que nos pase, puesto que nos deja a merced de la visión de la realidad y del pasado que otros tienen, y que tal vez no sea la versión que mejor se ajuste a lo que se ha olvidado.
Si esta clase de amnesia es un trago duro por el que pasar, dado que la causa suele ser principalmente fortuita y no querida o voluntaria, ¿qué podemos decir de aquellos que eligen convertirse en auténticos amnésicos selectivos? Los amnésicos selectivos son aquellos individuos que saben perfectamente lo que ha pasado en sus vidas, pero que escogen “olvidarse” de determinados recuerdos de manera especialmente selectiva, con el fin de no tener que dar cuentas a nadie de su responsabilidad por las acciones realizadas.
Pongamos un ejemplo: una persona que ha recibido la ayuda de otra persona en un momento crítico de su vida, cuando sale del pozo de esa crisis, se olvida por completo del auxilio prestado y de la persona que se lo prestó. Muchos lo llamaríamos ingratitud o desprecio. Esta amnesia es propia de aquellos individuos que poseen un orgullo tan desmesurado y un concepto tan alto de sí mismos que solo recurren al socorro de los demás en las circunstancias más adversas, pero que en cuanto superan sus dificultades iniciales, si te he visto, no me acuerdo. Esta amnesia es terriblemente delirante, ya que en cuanto este personaje amnésico vuelva a meterse en problemas, volverá a recuperar la memoria como por arte de birlibirloque. Además, a esta amnesia tan particular le acompaña un conveniente espíritu de crítica de la ayuda recibida, poniéndole pegas y peros para no sentirse responsable de agradecer el salvavidas que se le echa en medio de la tempestad vital por la que pasa.
En términos espirituales y cristianos, esta forma de amnesia selectiva a veces se instala en nuestra manera de considerar lo religioso, todo aquello que Dios ha hecho en nuestro favor, de valorar todo el amor que el Señor ha derramado sobre nosotros sin merecerlo, y de reconocer que, si todavía respira, se alimenta, se viste y tiene un techo, es por la gracia de nuestro Padre celestial. El pueblo de Israel durante el ministerio profético de Malaquías se encontraba en esta tesitura: era un pueblo instalado en la religiosidad superficial y cosmética que no era capaz de confesar y asumir que todo lo que era y poseía era producto de la misericordiosa y amorosa mano de Dios. Malaquías es el hombre escogido por Dios para afear ciertas y determinadas conductas éticas, religiosas y políticas que llevaba a cabo Israel, proclamando el juicio sumario de Dios sobre toda una nación que se estaba dedicando a tirar por tierra el prestigio y el nombre de su valedor divino, amparados por el espejismo de la religiosidad.
El nombre de Malaquías es ciertamente revelador, ya que significa “mi mensajero”, por lo que ya vislumbramos que sus oráculos y profecías tienen un propósito de canalización de la voluntad de Dios para Israel y del juicio que ejecutará en base a las acusaciones que se presentan contra las prácticas reprobables de su pueblo escogido. El pueblo de Israel había regresado ya de su exilio en Babilonia y sin que pasara mucho tiempo desde su llegada a su patria, ya empezaba a mostrar signos claros de degradación moral y de un ritualismo tradicionalista vacío de contenido verdaderamente vocacional. La religiosidad, por tanto, va a ser juzgada por Dios.
- MALAQUÍAS, VOZ DEL DIOS DE AMOR
En este contexto hostil y difícil para Malaquías, un hombre contra toda una sociedad marcada por la decadencia, la injusticia y la hipocresía religiosa, nada nuevo bajo el sol, Dios decide tomar cartas en el asunto, tratando de hacer ver la realidad de su estado lamentable a su pueblo, de disciplinar a Israel como consecuencia de sus irresponsables actos, y de juzgarlos según el fruto de sus imprudencias y rebeliones vestidas de religiosidad cosmética. La idea era poder hacer entrar en razón a todos a los que amaba, restaurar la santidad de su pueblo y renovar su pacto de amor eterno con una nación que pudiese reconocer y confesar sus pecados delante de Él. Por eso, para comenzar su reprimenda paternal, la introducción de las profecías de Malaquías, su emisario oficial, es la siguiente: “Profecía de la palabra del Señor contra Israel, por medio de Malaquías.” (v. 1)
Dios va a hablar por medio de su siervo, y todo lo que éste ha de comunicar al pueblo israelita procede directamente del corazón de Dios. Además, el hecho de que Malaquías tenga que profetizar no es sino la consecuencia lógica de las fechorías y delitos que estaban plagando las relaciones interpersonales e institucionales de Israel. Dios no necesita enviar a nadie si su pueblo es obediente y responsable. Pero cuando no lo es, Dios usa a sus ministros y predicadores para reconducir una situación como poco lamentable en cuanto a la coherencia entre fe y práctica. Es interesante que se emplee la palabra “contra,” algo que ya nos indica que todo cuanto tenga que exponer el profeta no va a ser agradable a los oídos y corazones de los israelitas. Siempre es deseable escuchar acerca de las promesas de bendición que Dios derrama sobre su pueblo, como no puede ser de otro modo, pero cuando el Señor ha de juzgar a sus hijos, tampoco duda en lanzar un mensaje áspero, duro e incómodo, todo con la idea de hacer recapacitar a sus escogidos y crear el contexto necesario para reconducir su maltrecha y desastrosa trayectoria vital y espiritual.
La primera declaración de Dios para con su pueblo es clara y concisa: “Yo os he amado, dice el Señor.” (v. 2 a). Dios ha mostrado su inmenso amor por Israel de tantas maneras, con tantas manifestaciones maravillosas y portentosas, aun incluso sin que el pueblo escogido lo mereciese, que bastan más explicaciones si el que oía las palabras de Malaquías era lo suficientemente sincero para reconocer esa realidad pasada. Por la mente de cuantos conocían la historia sagrada, ciertamente podían llegar a pasar recuerdos, imágenes y memorias de todos los milagrosos hechos del Señor en beneficio de su pueblo. No vamos a enumerar todas y cada una de ellas, por cuanto, aunque muchas de estas acciones providenciales del Señor están puestas por escrito, no cabe duda de que muchísimas actuaciones divinas quedarían en el tintero. El amor de Dios por Israel era imposible de plasmar en el pergamino o en la vitela, dado que su extensión y alcance nunca podrán ser aprehendidos por la mente y la mano del ser humano.
Cualquier creyente sabe que Dios es amor, y que todas sus acciones van encaminadas al bienestar y a la felicidad de sus hijos. Dios rebosa ternura y cariño por todas aquellas personas que confían en Él y que se someten a su soberana voluntad, disfrutando durante todas sus vidas de miles de experiencias amorosas y misericordiosas que de generación a generación podían recordarse sin temor a olvidarse. Incluso cuando no nos damos cuenta, el Señor muestra la grandeza de su apasionado amor por cada uno de nosotros, librándonos de situaciones adversas casi sin advertirlo, protegiéndonos del mal sin percibirlo en primera instancia, cuidando de cada detalle que rodea nuestras vidas. Y de forma más perfecta, demostró su amor por nosotros en Cristo, en su muerte y resurrección, en el perdón de nuestros pecados, en la entrada a una vida eterna, en ser coherederos de una patria mejor. El problema es que Dios ha amado a Israel, lo cual es un hecho, pero que rezuma tristeza, por cuanto este amor debe ser recordado a quienes ya parecen no necesitar de este.
- UN ISRAEL AMNÉSICO DEL AMOR DE DIOS
Sin embargo, este amor es ninguneado: “Y dijisteis: ¿En qué nos amaste?” (v. 2b). En vez de recibir una respuesta afirmativa, un asentimiento de gratitud y adoración; en lugar de encontrarse con una contestación justa y propia de personas que saben cuál es su lugar ante Dios, y que si están en su patria es gracias a su intervención providencial, Dios debió haberse sentido decepcionado, despreciado y frustrado. Un padre que ama a su hijo siempre espera que éste reconozca ese amor en cada uno de los actos que realiza para que su crecimiento integral sea el oportuno y más beneficioso. Lo que no espera, al menos en primer término, es que el hijo haga gala de una amnesia selectiva terrible y desilusionante. ¿Cómo te sentirías tú, si al expresar amor por tu hijo o hija, éstos te sorprenden con un “¿de qué amor me estás hablando?”? Yo me quedaría de pasta de boniato, de piedra, la sangre se me iría de las venas y un sudor perlaría mi frente mientras mi ceño se arruga en una mueca de incredulidad y desconcierto. “¿Amor? ¿Qué amor?” es una demostración más de hasta dónde es capaz de llegar el ser humano en su desmemoria e ingratitud.
Aquí tenemos esa amnesia selectiva que se extiende a lo espiritual, a Dios y a su amor eterno e incondicional. Dios nos colma de dones y regalos a mansalva, y nosotros respondemos con un olvido tan caprichoso como ilógico. El Señor bendice sin miramientos, ofreciéndonos la vida eterna y todo lo que ello conlleva y nosotros nos hacemos los longuis, como si eso no tuviese nada que ver con nosotros. Reaccionamos ante el amor de Dios como si Dios en realidad no existiera o no hiciera tantísimas cosas en nuestro beneficio. Vivimos pensando más en que todo lo que somos y tenemos es el resultado directo de nuestros esfuerzos, energías e inversión de recursos, que Dios solo queda en una mera anécdota en nuestras vidas, siendo relegado a un vestigio de recuerdo que poco a poco va difuminándose en nuestros corazones. Esa es la amnesia espiritual a la que se estaba refiriendo Malaquías cuando retrata a los desagradecidos israelitas que se hacen el sueco y que irónicamente tratan a Dios como a un ser inferior, mentiroso y débil.
- EL AMOR DE DIOS DEMOSTRADO A ISRAEL POR MEDIO DE EDOM
Pero Dios, que no se deja sorprender por la naturaleza pecaminosa del ser humano, y que no se da por vencido cuando se trata de amonestar a sus hijos y hacerles entrar en vereda, comienza por desplegar algunas de las bendiciones que ha derramado sobre un Israel recién llegado a una tierra baldía, destruida, y asediada por enemigos que querían quedarse como si de aves de rapiña se tratase, de Jerusalén y los territorios adyacentes. Uno de esos enemigos que tanto trabajo daba a la soldadesca de Israel era su propio hermano de sangre: Edom. Para refrescar la memoria amnésica de los sinvergüenzas y desdeñadores del amor de Dios, Malaquías como vocero del Señor, inicia la historia de la protección de Israel por parte de Dios: “¿No era Esaú hermano de Jacob? dice el Señor. Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí, y convertí sus montes en desolación, y abandoné su heredad para los chacales del desierto. Cuando Edom dijere: Nos hemos empobrecido, pero volveremos a edificar lo arruinado; así ha dicho el Señor de los ejércitos: Ellos edificarán, y yo destruiré; y les llamarán territorio de impiedad, y pueblo contra el cual el Señor está indignado para siempre.” (vv. 2c-4) ¿Qué había hecho Edom contra Israel para que Dios elaborase este juicio tan terrorífico sobre esta nación?
Edom había sido un auténtico incordio para la reconstrucción de Israel tras el exilio babilónico. Se había convertido en un aguijón sumamente doloroso para la paz y el restablecimiento de la seguridad y la tranquilidad de los ciudadanos israelitas. Jeremías nos habla de algunas razones por las que Dios juzgaba tan duramente a los edomitas: “Tu arrogancia te engañó, y la soberbia de tu corazón.” (Jeremías 49:16). El profeta Ezequiel nos narra cómo se aprovecharon de la debilidad de Judá en su momento, para vengarse traicioneramente de ella y para blasfemar contra Dios: “Por lo que hizo Edom, tomando venganza de la casa de Judá, pues delinquieron en extremo, y se vengaron de ellos.” (Ezequiel 25:12); “Por cuanto tuviste enemistad perpetua, y entregaste a los hijos de Israel al poder de la espada en el tiempo de su aflicción, en el tiempo extremadamente malo… Por cuanto dijiste: Las dos naciones y las dos tierras serán mías, y tomaré posesión de ellas; estando allí el Señor… Y sabrás que yo el Señor he oído todas tus injurias que proferiste contra los montes de Israel diciendo: Destruidos son, nos han sido dados para que los devoremos. Y os engrandecisteis contra mí con vuestra boca, y multiplicasteis contra mí vuestras palabras. Yo lo oí… Como te alegraste sobre la heredad de la casa de Israel, porque fue asolada, así te haré a ti.” (Ezequiel 35:5, 10, 12, 13, 15).
Amós también aporta varios detalles más sobre las fechorías de Edom contra Israel: “Así ha dicho el Señor: Por tres pecados de Edom, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque persiguió a espada a su hermano, y violó todo afecto natural; y en su furor le ha robado siempre, y perpetuamente ha guardado el rencor.” (Amós 1:11). El profeta Abdías añade más minuciosidad a las causas del castigo divino sobre los edomitas: “Por la injuria a tu hermano Jacob te cubrirá vergüenza, y serás cortado para siempre. El día que estando tú delante, llevaban extraños cautivo su ejército, y extraños entraban por sus puertas, y echaban suertes sobre Jerusalén, tú también eras como uno de ellos. Pues no debiste tú haber estado mirando en el día de tu hermano, en el día de su infortunio; no debiste haberte alegrado de los hijos de Judá en el día en que se perdieron, ni debiste haberte jactado en el día de la angustia. No debiste haber entrado por la puerta de mi pueblo en el día de su quebrantamiento; no, no debiste haber mirado su mal en el día de su quebranto, ni haber echado mano a sus bienes en el día de su calamidad. Tampoco debiste haberte parado en las encrucijadas para matar a los que de ellos escapasen; ni debiste haber entregado a los que quedaban en el día de angustia.” (Abdías 10-14). Ante este escaparate de traición, injurias, venganza, envidia y latrocinio, Dios había librado a Israel de sus enemigos y los había expuestos ante todas las naciones para que todo el mundo supiese que Dios era el amante protector de Israel.
¿Cómo era posible que Israel obviase la inestimable ayuda y auxilio de Dios? Si acababan de ver a los edomitas vencidos, abatidos y destruidos, ¿por qué esta amnesia selectiva entonces? La razón suele provenir del orgullo humano y de la idea errada de que los que vencen a los adversarios son ellos y no Dios. El ser humano tiene la tendencia equivocada y loca de pensar que todo lo que logra es el fruto de sus capacidades, de su inteligencia, de su potencial y de sus energías. No tiene la suficiente altura de miras como para darse cuenta de que Dios es el que provee, el que vence, el que da, el que ama y el que bendice prósperamente. El ser humano prefiere verse como un dios en miniatura que no necesita nada del Dios con mayúsculas, y para ello, recurre a la táctica de la amnesia selectiva, para erigirse en la medida de todas las cosas. Claro, el hecho de no reconocer el amor de Dios en sus vidas solo lleva a la podredumbre moral, al declive social, a la depravación sexual, al relativismo ético y a la mediocre hipocresía religiosa. Dios solo está como una tradición, como un recuerdo vacío de lo que pudo ser, como un dato frío y calculado bajo el cual someter a la masa al estatus quo de los más poderosos. Edom y sus alevosas traiciones ya no existían en la mente global de los israelitas, porque ello supondría confesar su dependencia del amor y la protección de Dios, algo que podría trastocar su influencia y su poder sobre el populacho.
CONCLUSIÓN
Aunque la gente religiosa se empeñe en transformarse del día a la noche en amnésicos selectivos en lo que a Dios se refiere, lo cierto es que la conciencia seguirá tocando a la puerta del corazón para desmentir nuestro olvido. En el fondo sabemos que Dios nos ama y que todo lo que somos y tenemos es gracias a su profunda gracia y compasión. Podremos auto infligirnos esta amnesia espiritual durante una temporada para disfrutar de lo que creemos que hemos conseguido nosotros con nuestros medios y esfuerzos, pero llegará el momento en el que no nos quedará más remedio que pegar “cabotá” y asumir que sin el amor de Dios no somos nada ni nada poseemos.
Esperemos no tener que llegar al límite al que llegó Israel para que Dios alzase su voz por medio de Malaquías y transmitiese su amonestación y juicio. Si vives inmerso en una vida de religiosidad amnésica, vuelve en sí, recupera la cordura y recobra la memoria del amor que Dios te regala a raudales cada día. Y así podrás decir, junto con Malaquías: “Y vuestros ojos lo verán, y diréis: Sea el Señor engrandecido más allá de los límites de Israel.” (v. 5).