SERIE DE ESTUDIOS SOBRE “LA RUTA DE LA VIDA”
TEXTO BÍBLICO: LUCAS 3:1-6
INTRODUCCIÓN
Los caminos y carreteras por las que transitamos con nuestros vehículos suelen verse afectados por determinados factores que los pueden hacer impracticables. Los elementos meteorológicos y atmosféricos suelen desgastar y erosionar la superficie, la maleza invade las sendas, el polvo en suspensión y el barro que resulta de éste cuando llueve facilitan errores de maniobra y visibilidad, el continuo trasiego de vehículos de gran tonelaje puede hundir determinadas partes de la calzada causando baches y agujeros, e incluso en tiempos no muy remotos, existían caminos poco recomendables en los que bandoleros y malajes acechaban a los incautos peregrinos para robarles o hacerles cosas peores. De todo esto deducimos que no basta con construir una carretera o crear un sendero, sino que éstos deben ser revisados, arreglados y supervisados regularmente para que el tráfico no se vea en el peligro de tener accidentes que lamentar. Este mantenimiento vial, sobre todo en tiempo vacacional estival, suele aparecer en los márgenes de autovías y carreteras generales y comarcales con su particular señalización en la que se avisa al conductor de que se están realizando obras necesarias para la restauración y mejora de la vía.
Si aplicamos esta imagen a la ruta de nuestras vidas, el paralelismo está claramente dado. Los caminos de la vida humana en muchas ocasiones se ven afectados negativamente por una serie de circunstancias que pueden mermar una correcta y feliz trayectoria. El pecado que nos asedia continuamente es el principal enemigo de nuestra ruta, ya que provoca, entre otras cosas, que nuestro camino vital esté lleno de baches emocionales, físicos y espirituales, de cambios de rasante tan pronunciados de orgullo y soberbia que nos ciegue ante lo que viene a continuación, de curvas zigzagueantes que nos pierdan en la espesura de bosques oscuros e impenetrables, y de instantes críticos en los que nuestro carácter nos traiciona y provoca inestabilidad en nuestro firme. La vida es un viaje apasionante, sí, pero que de vez en cuando se desvía, sube y baja abruptamente, y se ve plagada de badenes profundos y resaltos extremadamente altos. Por eso es preciso que alguien de mantenimiento, que sepa lo que puede dar la vida de sí y que conozca los entresijos y vericuetos del alma, coloque en nuestras existencias la señal de carretera cortada por obras. Ese profesional del mantenimiento de la vida es Cristo, y nadie como Él para restablecer y restaurar nuestros baches y altibajos existenciales.
Juan el Bautista es un personaje bíblico e histórico que merece la pena estudiar con minuciosidad y atención. A veces pasamos por su vida como de puntillas, como si fuese una figura meramente instrumental y carente de profundidad y significado. En el texto en el que hoy meditamos, Juan toma el testigo de los profetas del Antiguo Testamento para convertirse en el puente que unirá dos eras que durante varios siglos habían estado separadas por el silencio profético. El primo de Jesús asume que es el precursor de una nueva época en el plan de salvación de Dios para la humanidad, y por ello su mensaje es, en su simplicidad y formulación, sumamente similar al de los profetas de la antigüedad. Es curioso comprobar cómo el inicio del ministerio profético de Juan no se da en la corte de Jerusalén ni en el Templo. Su labor de proclamación se lleva a cabo en el desierto, la antítesis de lo que para los judíos de la época era saberse en la presencia de Dios, y su mensaje claro y rotundo de arrepentimiento y perdón de los pecados contrasta con la visión de pureza y limpieza ritual que los fariseos tenían de la religión.
En definitiva, Juan se convierte, en su humildad y en su discurso contrario a la auto-justificación por obras de muchos judíos que hipócritamente vivían la religión, en un nexo insustituible entre la ley y la gracia, entre vidas secas y agostadas por la falta de una verdadera espiritualidad y vidas llenas de gozo por la salvación de Dios: “Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas.” (v. 4). Juan el Bautista es esa voz que prepara la llegada del Mesías, del deseado Cristo que viene a rescatar a la humanidad de sus pecados y transgresiones. Es esa voz fuerte y tonante que presenta al camino, la verdad y la vida a un mundo necesitado de referencias espirituales, de perdón y sanidad, de arrepentimiento y vida, de redención y santificación. Es el modelo de voz que hoy día necesita nuestra nación, nuestro círculo de amistades, nuestra familia, nuestro entorno más inmediato: una voz que no edulcore la triste pero patente realidad del corazón humano. Los caminos de la humanidad están rotos, deshechos, prácticamente destruidos, mal dirigidos y repletos de adversarios que nos impiden transitar por ellos con alegría y sabiendo que nuestra meta es llegar a Dios. Necesitamos dejar que sea Cristo, el Señor, el que se haga cargo de quiénes somos y hacia dónde vamos en la vida según lo estipulado en el v. 5 del texto bíblico de hoy.
A. CRISTO RELLENA NUESTROS VALLES
“Todo valle se rellenará…”
Todos sabemos que la vida está repleta de momentos críticos, de “bajones”, de instantes en los que nuestro ánimo está por los suelos, de vacíos existenciales y de preguntas cuya respuesta parece escaparse a nuestra capacidad reflexiva. Todos hemos pasado, pasamos o pasaremos por circunstancias en las que parecerá que la fe se disipa, que todo en lo que pusimos nuestra confianza desaparece bajo nuestros pies, que nuestras metas no son realmente lo satisfactorias que nos parecieron en principio. Estos valles u hondonadas que surgen en mitad de nuestra ruta de la vida pueden ser tan abundantes que ya no sepamos que pensar del mañana, o tan profundos que no tengamos certeza de cuándo saldremos de ellos, o tan prolongados que nos parezcan una eternidad. Si estas depresiones del terreno de nuestros caminos persisten toda nuestra vida puede convertirse en un auténtico calvario. Algo nos falta, y la obsesión por saber qué es, sin buscar el consejo de Dios, nos conducirá a descuidar el resto de los detalles de nuestra ruta.
Si dejamos que Cristo se encargue de rellenar nuestros valles, podemos estar seguros de que lo hará satisfactoria y eficazmente. Cristo es el único que puede llenar nuestro vacío existencial, dando respuesta a los interrogantes de nuestra vida y mostrándonos con amor la razón de nuestra crisis. Sería muy fácil vivir sabiendo que alguien nos sacará las castañas del fuego sin siquiera enseñarnos dónde hemos metido la pata. Cristo no actúa así, como un genio de la lámpara de Aladino que solventa el problema sin pedir de nosotros nada más. El Señor se arremanga para rellenar nuestras depresiones vitales mientras demanda de nosotros que reconozcamos nuestra parte de culpa en la crisis por la que pasamos y nos arrepintamos de tal manera que no volvamos a incurrir en el mismo error. Cristo rellena nuestra hondonada con el fruto del Espíritu Santo, dando sentido a la existencia y restaurando el camino a su altura oportuna.
B. CRISTO BAJARÁ NUESTROS MONTES Y COLLADOS
“Y se bajará todo monte y collado…”
Del mismo modo que existen depresiones y profundos baches en la vida, también existen lugares en los que el orgullo y la soberbia se instalan. Tan malo es tener una perspectiva triste y mediocre de la vida, como tener aires de grandeza y elevadas dosis de altivez. Ir por la ruta de la vida como alguien que presume de lo tiene y de lo que es, menospreciando al resto de conductores que transitan a su lado, significa pervertir la necesidad que tenemos como seres humanos de ser humildes y sencillos si queremos llegar a nuestro destino celestial. Los fariseos eran de esta clase de personas. Su vida era una continua y permanente ascensión a los lugares más altos de importancia y dignidad. Su observancia superficial de las normas religiosas y de los ritos ceremoniales del judaísmo les aupaba a las cotas más inalcanzables de soberbia y orgullo espirituales. Desde su posición eran capaces de despreciar a los humildes y honrados, envolviéndose en sus afectadas posturas y en sus demostraciones de piedad a bombo y platillo. Esta es la pose de aquellos que van por la vida sintiéndose el capricho de los dioses e indispensables para que el mundo siga girando. ¿Conocéis a alguien de esta calaña?
El camino de Cristo es todo lo opuesto a una ruta de vida jactanciosa y vanagloriosa. Cristo desea reparar los caminos del orgullo y la altanería, poniendo en ellos la necesidad de confesar su indignidad, de reconocer su imperfección y fragilidad y de asumir que nadie está sobre nadie en términos de infalibilidad e impecabilidad. Cristo quiere cambiar los hitos que colocamos a lo largo de nuestro camino que marcan nuestros logros, de los cuales nos sentimos insanamente orgullosos, por las marcas de la sencillez de corazón, del servicio a los demás y de la negación de nosotros mismos. Jesucristo desea rebajar nuestra impropia e indebida autoestima para colocarla en el nivel óptimo que equilibre por completo nuestra visión de nosotros mismos y de los demás según su ejemplo de vida. Saber que caminamos por la ruta de nuestra vida del mismo modo humilde que Jesús, hará que nos acerquemos con confianza al trono de la gracia de Dios.
C. CRISTO ENDEREZA NUESTROS CAMINOS TORCIDOS
“Los caminos torcidos serán enderezados…”
¿En cuántas ocasiones no hemos tropezado en la vida por causa de nuestra mala cabeza? El ser humano suele complicarse la vida más de lo recomendable y deseable. Aunque las cosas parecen simples y sencillas, la dinámica que más se repite en nuestra ruta de la vida es la de liar más la madeja y la de buscar siempre el lado complicado de todo. Sabemos que existe un camino que nos lleva a Dios, que nos reporta felicidad y satisfacción completas, que procura nuestra salvación y bienestar, y casi siempre optamos por torcer nuestro camino hacia otras cosas que nos alejan de Dios, nos hacen infelices e insatisfechos, que nos conducen a la perdición y que nos dañan. Es paradójico saber que el ser humano tiene todo a su alcance para hacer el bien, para obedecer a Dios y para lograr un mundo mejor, y sin embargo, tira todo esto por la borda para desviarse en pos de otros dioses, para perpetrar los crímenes más salvajes y para destruir todo lo que está a nuestro alrededor. Tenemos inteligencia para idear nuevas formas de salvar vidas, y la empleamos en carreras armamentísticas. Tenemos capacidad creativa para expresar nuestra imaginación en el arte, y la usamos para crear fórmulas con las que vilipendiar al prójimo. Tenemos libertad de conciencia y de albedrío para escoger bendecir y ayudar a otros, y la utilizamos para odiar y maldecir a quienes no son como nosotros.
Es lamentable, pero es la verdad verdadera. Y sin embargo, Cristo, con su evangelio de gracia y misericordia quiere reconducir nuestros caminos desviados y torcidos. Con su sacrificio en la cruz quiere lograr la regeneración de nuestras vidas y desea una reconducción radical de arrepentimiento y perdón que nos permita volver al camino establecido por Dios para llegar hasta Él. Cristo quiere que nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestra alma puedan volver a ser lo que eran desde un principio de la creación. Para ello enderezará tus principios éticos y morales distorsionados, tu perspectiva equivocada de la realidad y tu visión errónea de lo que significa vivir de verdad. Nos hará ver lo insensato de nuestro desvío y nos convencerá de que lo mejor es seguir su ruta. El Espíritu Santo que mora en nosotros propiciará esa vuelta a los orígenes, ese retorno a una senda que nunca debimos haber dejado para seguir otras que solo nos dieron quebraderos de cabeza y malas experiencias.
D. CRISTO ALLANARÁ NUESTROS ÁSPEROS CAMINOS
“Y los caminos ásperos allanados.”
La ruta de la vida que queremos llevar depende en gran medida de nuestro carácter. La actitud que tomemos en relación a aquellos que se relacionan con nosotros va a afectar significativamente a nuestra manera de andar por la vida. Si somos capaces de reconocerlo en nuestra intimidad, sabemos que nuestro temperamento y nuestro carácter suelen granjearnos mil y un problemas. Nuestros defectos, si no son corregidos, pueden interferir en una vida bien vivida. Para ello, primero debemos ser conscientes de que están ahí, que son nuestros defectos y fallas, y a partir de ahí, tener la fuerza de voluntad suficiente como para pedir ayuda a Dios en el proceso de ir cambiando hábitos ásperos y conductas groseras que influyen negativamente en los seres a los que más queremos y en aquellos con los que tratamos en el día a día.
Nuestra impaciencia, nuestra rudeza, nuestra frialdad, nuestra indiferencia, nuestra apatía, nuestra pereza, nuestra cabezonería y nuestra falta de tacto deben ser suavizados y allanados por Cristo si no queremos meternos en camisas de once varas en nuestras relaciones personales. No podemos encastillarnos en la idea de que somos así y así seremos hasta la muerte, de que nunca lograremos cambiar o de que es inevitable ser como somos. Si dejamos que Cristo pula las aristas de nuestras reacciones, intenciones y caracteres, dejaremos vía libre a la paz y el gozo que solo trae una correcta gestión de nuestra personalidad. Cristo nos santifica y nos cincela para lograr que nuestro carácter sea el suyo y para conseguir que nuestra vida sea más llevadera y placentera.
CONCLUSIÓN
En el preciso instante en el que dejamos que sea Cristo el que rellene nuestros valles, baje nuestros montes y collados, enderece nuestros caminos torcidos y allane nuestros ásperos caminos, podremos saborear y disfrutar del viaje. En ese momento podremos contemplar el paisaje que nos rodea mientras vivimos, “y verá toda carne la salvación de Dios.” (v. 6). Dedicamos tanto tiempo a lidiar con nuestros errores, equivocaciones, pecados y tensiones interpersonales, que no somos capaces de emocionarnos y asombrarnos con el panorama irrepetible, hermoso e increíble de la obra salvífica de Dios en el mundo. Deja que Cristo corte por un momento tu carretera y déjate reparar por él. Ya verás cómo cada día que pase ante ti tendrá el brillo de un amanecer glorioso que te recordará que estás cada vez más cerca de tu destino.