DEJAD QUE LOS NIÑOS SE ACERQUEN A MI

DEJAD QUE LOS NIÑOS SE ACERQUEN A MI

TEXTO BÍBLICO: MARCOS 10:13-16; MATEO 18:10, 14

INTRODUCCIÓN

El mundo de la infancia ha cambiado enormemente en estos últimos tiempos. El contexto en el que se mueven hoy los niños se ha transformado de un entorno relacional a un entorno práctico y sujeto a los caprichos de los vaivenes sociales, laborales y culturales de esta época de vorágines y globalización. Según los estudiosos del tema de la infancia, hoy más que nunca estamos siendo testigos de determinadas situaciones impensables no hace mucho tiempo atrás. El niño o la niña que viene a este mundo, aunque no lo sepa hasta que cumple unos cuantos años, se ve sometido a una presión inmisericorde y descomunal. A causa de la presión que comienzan a colocarle desde las instancias familiares, escolares y fraternales, en la actualidad no podemos más que quedarnos pasmados ante una realidad dramática en lo tocante a la infancia: agendas diarias repletas de actividades escolares y extraescolares que los dejan fundidos nada más llegar a casa casi a la hora de la cena, como si fuesen un calco de las jornadas maratonianas de padres que dejan el cuidado y la educación de sus retoños a terceros prácticamente desconocidos, una inculcación de competitividad bestial que se asemeja al arribismo exacerbado de ascensos y descensos de una multinacional, una supervisión prácticamente obsesiva con la seguridad e integridad del niño que ejercen los padres al construir una burbuja que no les permite ser autónomos, experimentar y crear, un tratamiento del niño desde la óptica del adulto que vierte ingentes cantidades de información que solo lo confunden más aún, y un largo etcétera que da como resultado infantes con problemas de hiperactividad, de déficit de atención, de trastornos de la conducta alimentaria, de depresión…

Los entendidos en la materia de la infancia, como son Daniel Siegel y Mary Hartzell, intentan abrir los ojos a los padres en cuanto a la clase de relación que deben desear cultivar con sus descendientes: “Cuando estamos demasiado ocupados haciendo cosas para nuestros hijos, nos olvidamos de que lo más importante es, sencillamente, estar con ellos.” Otros pensadores de la historia de la humanidad quisieron añadir su grano de arena a la necesidad de prestar atención a nuestros hijos, a nuestros niños, como por ejemplo, José Martí, político y filósofo cubano, cuando dijo que “los niños son la esperanza del mundo.” La Palabra de Dios, la revelación de Dios al mundo, no es una excepción a la hora de expresar cuál es la visión que Jesús tenía de la infancia y de la niñez. Por eso, acudiendo a los evangelios, tanto de Mateo como de Marcos, hallaremos dos exhortaciones y advertencias del Maestro de Nazaret en cuanto a cómo hemos de considerar a cada uno de los menores que Dios puso bajo la administración del matrimonio, de la familia y de la iglesia de Cristo.

  1. NO MENOSPRECIEMOS A NUESTROS NIÑOS

“Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos… Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños.” (Mateo 18:10, 14)

¿Porqué Jesús realiza esta advertencia a sus oyentes? ¿Cuál era la valoración que se hacía de la niñez en tiempos de Jesús? Según el estudio concienzudo de la panorámica cultural, social y religiosa de la época en la que Jesús llevó a cabo su ministerio de salvación, los niños estaban en el escalafón más bajo de la pirámide de la dignidad del ser humano. Los niños, por lo general, solo eran símbolos de la imprudencia, de la ignorancia y de la debilidad. Nadie tenía en cuenta las ideas o las opiniones de un niño hasta que no alcanzaba la edad en la que se lo introducía en la sociedad por medio de una ceremonia religiosa. Se les espantaba como a moscas y se les maltrataba, se les ordenaba y sin rechistar debían colaborar en las tareas propias del hogar. En ese menosprecio que todos los adultos comunicaban a los más pequeños, estaba el que pudiesen acercarse a un maestro tan famoso y tan ocupado como Jesús. Todos, incluyendo sus propios discípulos, en alguna ocasión llegaron a ahuyentar motu proprio a personas que traían a sus niños para que Jesús los bendijese. Es como si pensasen que Jesús no tenía tiempo para desperdiciarlo con meros infantes mugrientos y díscolos. El maestro solo podía atender a los adultos, a quienes de verdad entenderían hasta cierto punto el mensaje del evangelio que él traía.

Sin embargo, Jesús, aquel que rompe estereotipos, que trunca tópicos y que desmantela prejuicios, lanza una severa advertencia contra todos aquellos que menosprecien a una criatura. Solo Dios está en posición de conocer lo que un niño o una niña llegará a ser, en qué se convertirá, cuáles serán sus caminos y cómo desarrollará su potencial en el futuro. Nosotros solo vemos pañales, berreos, babas, lloriqueos, gateos, cólicos, y noches sin poder dormir. Jesús ve más allá de esta realidad palpable, para descubrir la vida en potencia que habrá de madurar en pocos años hasta transformarse en un hombre o una mujer en la flor de la vida. Por esta razón, conmina a sus oidores a que no menosprecien a los niños que revolotean a su alrededor, porque como dijo Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito, “todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerden.” Sí, aunque parezca mentira. Tú y yo fuimos niños, niños despreocupados, juguetones, traviesos, aventureros y empecinados. Fuimos puros e inocentes, curiosos y porfiados, cariñosos y hambrientos de vida y diversión. Al menospreciar a un niño, nos menospreciamos a nosotros mismos como humanidad. John Fitzgerald Kennedy, famoso presidente de los Estados Unidos, en uno de sus discursos supo reconocer el verdadero valor de la infancia: “Los niños son el recurso más importante del mundo y la mejor esperanza para el futuro.”

Jesús recuerda que el menosprecio que podamos realizar en contra de un infante es visto por el Padre, y que éste ha colocado como supervisores y protectores de los niños a ángeles que los rodean día y noche, dando cuenta del estado de cada uno de los niños del mundo. Dios quiere, es más, desea que todo niño que nace en la tierra tenga la oportunidad de tomar una decisión afiramtiva en relación con su persona. Tal y como Rabindranath Tagore, escritor de El Libro de la Selva, aseguraba, “cada niño que viene al mundo nos dice: “Dios aún espera algo del hombre.”” En ese valor auténtico que tiene cada niño y cada hijo, como padres, como familia, como amigos y como familia, tenemos que contemplar con ojos de amor y de misericordia a estos más pequeños de entre nosotros. La presentación que hoy vamos a festejar no es ni mas ni menos que un modo de solemnizar ese compromiso de considerar al niño desde la mirada de Dios y desde lo que puede ofrecernos en el porvenir.

  1. NO LES IMPIDAMOS QUE SE ACERQUEN A JESÚS

“Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.” (vv. 13-14)

De nuevo, en otro episodio de los evangelios en el que Jesús sigue enseñando y sirviendo a las multitudes que se allegaban a él para conocerle y escucharle, los niños son apartados de malas formas por los discípulos del maestro itinerante Jesús. La presentación de estos niños a Jesús obedecía principalmente a la creencia de que los más ilustres maestros y los más ungidos profetas del pueblo judío tenían algo especial que les permitía otorgar un don o bendición a otros al imponerles las manos o ser tocados. Los niños no parecían estar dentro de la lista de aquellos seres humanos que podían acercarse a Jesús para recibir una bendición de éste, por lo menos no desde la perspectiva de los estrechos seguidores de Jesús. De hecho, reprendían duramente y despedían con cajas destempladas a aquellos padres o madres que se arriesgaban a ser fagocitados por la muchedumbre que rodeaba a Jesús. Pero su determinación porque Jesús pudiese impartirles una bendición especial procedente de Dios no les acobardaba en lo más mínimo.

Jesús, aunque saturado y abrumado con la presencia de decenas y decenas de personas necesitadas, hambrientas de justicia, sedientas de la voluntad de Dios para sus vidas, enfermas del alma y del cuerpo, detiene con su voz esta actitud tan impropia de aquellos que se suponen deben ser facilitadores en la tarea de que la gente pueda conocer al Mesías deseado y esperado. Las palabras que surgen de la garganta de Jesús se acompañan de una mirada de indignación que demuestra a las claras hasta qué punto Dios ama a los niños. Jesús no hace la vista gorda, no hace oídos sordos a lo que sucede a su alrededor y no se muestra indiferente ante el talante elitista de sus discípulos. En un silencio sepulcral y rodeado de miradas estupefactas y escandalizadas, Jesús invita a que todos los niños, como si de un embarque aéreo se tratase, adquieran la prioridad de su atención y compasión. Los adultos pasan a segundo plano, mientras ordena que nadie ponga obstáculos a aquellos padres que solicitan que sus hijos sean bendecidos entre las manos de gracia del Hijo de Dios.

A diferencia de la doctrina del pecado original acuñada por Agustín de Hipona en tiempos pretéritos, Jesús señala una realidad espiritual que debe emocionarnos, sobrecogernos y enseñarnos a tratar con esmero y mimo a nuestros hijos: el Reino de Dios es de los niños. Hasta que no son capaces de tomar decisiones propias y personales sobre qué está bien o mal, los niños son de Dios. Su vida está guardada por el Soberano del universo y se hallan bajo la cubierta protectora de los cielos. Si éstos mueren, Dios no lo quiera, no van a un limbo inventado o a un infierno en caso de no haber sido bautizados a pesar suyo siendo solo unos bebés. Su lugar es la gloria celestial y su destino es estar eternamente disfrutando de la presencia de Dios en compañía de todos los santos que los precedieron.

Por desgracia, siempre existen personas que obstaculizan e impiden que estos más pequeños lleguen a acercarse a Jesús para recibir su bendición y para conocerle a fondo en sus caminos. A los tales, Dios les reserva un castigo ciertamente terrible y drástico: “Y cualquiera que haga tropezar a algunos de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar.” (Mateo 18:6). El niño, en su confianza, su dependencia, su lealtad, su hambre de conocimiento y su sinceridad, es la mejor imagen existente para cambiar nuestra adultez adulterada e insensible en una infancia espiritual que nos descubre un nuevo horizonte en el Reino de los cielos: “Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe.” (Mateo 18:1-5).

Nuestra obligación para con nuestras nuevas generaciones es desbrozar y dejar expedito la senda que conduce a la verdad y la vida eterna, esto es, a Jesús. No impidamos que se acerquen a Jesús, porque como afirmó Karl Menningen, psiquiatra norteamericano, “lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad.” Si les franqueamos la entrada a la salvación de Dios, una nueva y restaurada sociedad nos aguarda en consecuencia; pero si evitamos que los niños se encuentren con Jesús, no esperemos un mundo mejor en el futuro.

CONCLUSIÓN

       “Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía.” (v. 16). El acto que hoy celebramos no es un sustituto del bautismo católico ni es un sacramento que imparte salvación a este niño que nos es tan querido. Se trata de solemnizar un compromiso que sus dos padres realizan ante Dios de responsabilizarse de la educación del niño en los caminos y estatutos de Dios. Es un instante cargado de emoción y de amor en el que los padres encomiendan la vida de su retoño a Dios en el nombre de Jesucristo, recibiendo la bendición de Dios en el seno de nuestra comunidad de fe, la cual también se compromete a su vez, a velar por su formación espiritual en ejemplo, palabra e instrucción. Dejemos que hoy este niño se acerque a Jesús y que éste lo colme de grandes y abundante bendiciones en su trayectoria vital.

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