SERIE DE SERMONES SOBRE MALAQUÍAS “LA RELIGIOSIDAD A JUICIO”
TEXTO BÍBLICO: MALAQUÍAS 2:7-3:5
INTRODUCCIÓN
¿Quién no se ha hartado de algo o de alguien? ¿Quién de nosotros no ha visto como la gota que ha colmado el vaso de nuestra paciencia nos impulsa a tomar medidas desesperadas para resolver un problema? ¿Alguna vez nos ha fastidiado algo de tal manera que hemos estallado al fin para poner freno a personas o situaciones que nos parecen insostenibles? El fastidio, el hastío, el hartazgo o el cansancio ante determinadas circunstancias o individuos han hecho que de nosotros emerja lo peor de nosotros mismos, llevándonos por delante todo cuanto encontramos en nuestro camino. Colas kilométricas para hacer un trámite insignificante, decibelios a toda potencia haciendo temblar todo el edificio en el que vivimos, modales propios de simios y de bestias salvajes en toda nuestra cara de asombro, comportamientos incívicos que se perpetran sin remordimientos ni vergüenza delante de nuestras narices, prácticas nauseabundas y perversas que campan a sus anchas por doquiera vayamos, vulgaridades y obscenidades en la boca de personas que solo tienen el conocimiento justo para pasar el día, y un largo etcétera, son instantes con los que nos topamos y que nos aburren hasta explotar de indignación e ira a partes iguales.
No es nada agradable hartarnos de algo o alguien. No es lo que pretendemos cuando trabamos relaciones con otras personas que no conocemos en primera instancia, y de las que por lo general presumimos que son personas de bien, educadas y respetuosas. Pero viendo el mundo en el que nos movemos, hallar personas que busquen vivir una vida de tolerancia, de civismo y de respeto por lo que es de todos, es misión casi imposible. Si nosotros, que nos hartamos de las cosas y de las personas en menos de lo que canta un gallo, porque nuestra tendencia a la paciencia no es que sea precisamente la mayor de las virtudes humanas, ¿qué pensaríamos del hecho de que Dios pudiese hartarse, cansarse o verse hastiado por aquellas personas que han hecho de su adoración y comunión un negocio, una pantomima y un sainete valenciano? ¿Dios puede cansarse de nosotros? ¿El Señor de la paciencia puede llegar a un punto en el que diga “hasta aquí hemos llegado”?
- CANSINOS E HIPÓCRITAS ESPIRITUALES
Según lo que leemos y percibimos en las palabras del profeta Malaquías, es perfectamente posible que el ser humano llegue a un punto de su miserable burla a Dios en el que éste dé un puñetazo sobre la mesa, con una hartazón de dimensiones cósmicas, y que diga las cosas bien claritas a los religiosos disfrazados de creyentes: “Habéis hecho cansar a Jehová con vuestras palabras. Y decís: ¿En qué le hemos cansado? En que decís: Cualquiera que hace mal agrada a Jehová, y en los tales se complace; o si no, ¿dónde está el Dios de justicia?” (2:17). Las palabras y conversaciones que se daban entre los adúlteros de la espiritualidad ponían en duda de qué lado estaba Dios. No tenían mejor idea que pensar y expresar en sus charlas cotidianas sus inquietudes relativas a la relación entre justicia y fe en Dios. Decir que Dios respalda y apoya a los criminales, a los delincuentes, a los injustos de todo pelaje y ralea, a los asesinos, a los ladrones y a los prevaricadores, es el remate de toda una trayectoria falsa y repugnante como era la de los religiosos de la época. Como a los perversos les va bien, Dios está con ellos. Como a los que practican la inmoralidad, la vida les sonríe, Dios está con ellos. Como a los corruptos todo les sale a las mil maravillas y disfrutan de los placeres terrenales, Dios está con ellos. Como a los de cauterizada conciencia, nada les falta a pesar de sus acciones depravadas, Dios está con ellos. ¿De verdad sabían lo que decían?
En los tiempos en los que Malaquías escribe y proclama su profecía, la mentalidad acerca de la prosperidad material o la bendición terrenal tenía una conexión directa con su servicio, obediencia y fe hacia Dios. Si cumplías con los mandamientos de Dios, toda una existencia llena de beneficios materiales se abriría ante ti. Si por el contrario, quebrantabas los estatutos divinos y pecabas delante de Dios, la desgracia se cebaría en ti y nada te saldría a derechas en la vida. La cultura de esos tiempos había hecho de este planteamiento una norma que se plasmaba en la realidad de manera impepinable. Era una especie de karma a lo hebreo que se daba sin excepciones entre los seres humanos. Sin embargo, esta idea no era parte de la verdad de la Palabra de Dios. Los maleantes a veces, en este mundo, se van de rositas, y otras veces la pagan. Y las personas de bien, a veces, en este mundo, prosperan, y otras veces, tienen que sufrir como perros a causa del dolor que infligen los poderosos y los que se aprovechan de la buena voluntad de algunas, cada vez menos, personas de ley. Por lo tanto, esto que iban por ahí propagando sobre un Dios injusto y parcial para con los malvados, estaba muy lejos de la auténtica naturaleza de Dios. Y como consecuencia de estas palabras de ingratitud, de distorsión de la Palabra de Dios, y de cinismo, Dios se cansa.
- CRISTO, JUSTICIA DE DIOS Y REMEDIO CONTRA LOS CANSINOS ESPIRITUALES
¿Con que quieren justicia, verdad? Pues tendrán justicia de la buena, parece decir Dios a continuación con un oráculo mesiánico que se concretará a su debido tiempo en las figuras y personas de Juan el Bautista y de Jesús: “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos.” (3:1). La justicia encarnada habrá de descender de los cielos para dar una lección a los religiosos de pega, y ésta irá precedida por un mensajero que preparará el terreno para su llegada terrenal. Dios comisionará a Juan el Bautista para que, con su mensaje de arrepentimiento y juicio, acondicione los corazones de aquellos que han vivido hipócritamente la religión y que se han construido para sí un mundo hermético y cerrado de leyes indecentes del que Dios ha sido desterrado. Con su predicación rotunda y áspera, ablandará las almas marmóreas de fariseos, saduceos y demás personas involucradas en la amnesia espiritual de todo un pueblo.
La venida de Cristo, el Señor, será repentina. No será anunciada con rayos de luz deslumbrantes, ni con un heraldo angélico suspendido en medio de la ciudad de Jerusalén para avisar de su llegada. Su nacimiento será sencillo y humilde, sin alharacas ni ruido, pero no tardará el instante en el que ponga su santo pie en su Templo, su casa en la tierra, para reclamar lo que es suyo. ¿No anhelaban ver la justicia de Dios? Cristo sería esa justicia de carne y hueso que pondría cada cosa en su lugar, que echaría con cajas destempladas a los cambistas y a los comerciantes que se lucraban a costa de la fe de los demás, que proclamaría su salvación a su pueblo, que profetizaría sobre la destrucción de ese mismo Templo, ya profanado por una religiosidad vana y falsa. El ángel de la alianza, es decir, Cristo, será aquel que desplazará el antiguo pacto de Dios para traer un nuevo pacto en su sangre, que someterá la letra de la ley bajo el espíritu de la gracia, y que abrirá la puerta de la redención a toda la tierra, a judíos y a gentiles. Dios rubrica esta profecía mesiánica volviendo a reiterar que su venida es cierta y contundente.
- EL CANSINO ESPIRITUAL NO SABE LA QUE SE LE VIENE ENCIMA
A veces sucede que en nuestra ignorancia, no sabemos ni lo que pedimos. A menudo recibimos lo que deseamos y entonces nos damos cuenta de que en realidad nuestras expectativas estaban equivocadas. Los cansinos religiosos querían justicia, ¿no es cierto? Pues la tendrían a manos llenas. El problema era si serían capaces de asimilar la totalidad de su anhelada justicia cuando Cristo, el Mesías, aterrizase en medio de ellos y de su religión a medida: “¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida?, ¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán a Jehová ofrenda en justicia. Y será grata a Jehová la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, y como en los años antiguos.” (vv. 2-4). He aquí la pregunta del millón: ¿podréis soportar la justicia que procede de las alturas celestiales cuando ésta haga acto de aparición entre vosotros? En el preciso instante en el que Cristo se manifieste en todo su esplendor, en el que pregone el Reino de Dios, en el que ataque hasta los mismísimos cimientos de una religiosidad embaucadora, y en el que todos queden espiritualmente desnudos delante de todo el mundo, ¿quién será el valiente o la valiente que pueda decir que ha cumplido a carta cabal los mandamientos de Dios, los cuales son el compendio y baremo de la perfección moral humana? ¿Quién podrá decir que merece la salvación y el perdón de Dios? Ahí será el lloro y crujir de dientes, porque no hay justo ni aun uno. Ni siquiera el sacerdote o el religioso que va todos los días a presentar su asquerosa ofrenda delante de Dios en su santo Templo.
Cristo no vino solamente a enseñar el amor y la misericordia a las multitudes. También vino a decir al pan, pan y al vino, vino. No vino a regalar los oídos de los religiosos, ni a admirarse de sus condecoraciones y actos de servicio perversos, ni a aplaudir a los alabados y puros fariseos. Cristo vino a abrir de par en par los corazones de las personas para que ellos mismos se condenasen o abrazasen su evangelio de perdón y gracia. Es un fuego purificador que logra que las miserias de los hipócritas floten en la superficie de sus almas, demostrando que no todo lo que reluce es oro. Es ese jabón de lavadores que quita cualquier mancha que pueda haber en el espíritu y que purifica toda la vida hasta devolverla a la blancura nuclear de un corazón perdonado en su sangre carmesí. Es ese limpiador de metales preciosos que bruñirá la plata y el oro hasta dejarlos relucientes, eliminando todo vestigio de falsedad, adulterio espiritual y apariencia. En su concienzuda labor de abrillantamiento restaurará en el culto debido al nombre de Dios a aquellos que de verdad aman servirle sin dobleces, disfraces o fachadas de piedad. Los levitas, sacerdotes del Dios Altísimo, serán probados dura y escrupulosamente para que lo que debió ser un servicio fiel, dedicado y amoroso vuelva a recuperar para todo el pueblo el temor de Dios que se había perdido entre intereses ocultos y orgullos insensatos.
- EL JUICIO DEL CANSINO ESPIRITUAL
En ese proceso de abrillantamiento, de lavamiento y de purificación de su pueblo y de sus servidores más cercanos, con el objetivo de desechar toda la porquería con que la religiosidad había contaminado la genuina religión y comunión con Dios, el Señor ejecutará su juicio sobre su pueblo, separando el trigo de la cizaña, lo auténtico de lo falsificado: “Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, y los que hacen injusticia al extranjero, no teniendo temor de mí, dice Jehová de los ejércitos.” (v. 5) ¿Querían justicia estos atrevidos hipócritas de tomo y lomo? La tendrían, aunque seguramente les vendría demasiado grande para sus pretendidas auto justicias de quita y pon.
Quizá en la tierra los que practican la hechicería contraviniendo lo estipulado por Dios en relación a los contactos con demonios y diablos puedan incluso ser considerados y tenidos por personas dignas de confianza. Tal vez los adúlteros ya no serán objeto del escándalo como lo eran antes, sino que más bien se tratará de algo sin importancia en nuestra sociedad. Quizá los perjuros salvarán el cuello o ganarán unas perras mintiendo ante la justicia terrenal mientras cubren de inmundicia a personas que quedan desamparadas y sin el resarcimiento debido. Tal vez los defraudadores que se quedan con el jornal de los trabajadores y que juegan a la bolsa de valores con las pensiones de los ancianos, viudas y huérfanos, se vayan de rositas tan campantes a causa de un sistema político y judicial corrupto e insensible. Quizá los xenófobos y los que odian a los que provienen de otras latitudes reciban palmadas en la espalda de sus conciudadanos, apelando a una pretendida y delirante identidad racial patriótica, y abusando de los extranjeros sin remordimientos ni escrúpulos. Tal vez, incluso, se dediquen a blasfemar contra Dios, insultando su nombre y memoria, escupiendo sobre Cristo y burlándose de la fe de los creyentes, sin que nada les pase ni vean peligrar su prosperidad.
En esta tierra, todo puede pasar, y de hecho, pasa. Pero cuando llegue el día del Juicio Final, como te encuentres dentro de esta lista de personajes e individuos indeseables y vomitivos que Dios condena justamente, prepárate. Ni todas tus estampitas, ni todas tus novenas, ni todas tus plegarias, ni todas tus obras de piedad, ni todas tus asistencias a la iglesia de turno, ni todas las genuflexiones que hagas delante de la estatua de turno, ni todos tus diezmos y ofrendas, ni todos tus sermones, te van a salvar de la ira venidera de Dios. Podemos pasar desapercibidos para los demás, para las autoridades y para la justicia humana si sabemos hacerlo convenientemente, y echando mano de la mentira, el despotismo y la crueldad. Pero ante la mirada escrutadora de un Dios omnisciente y omnipresente, no nos libramos nadie de quedar retratados en las más sonrojantes de las posturas. Malaquías quiere dejar claro que Dios es justo y que tarde o temprano, todos los perversos tendrán que comparecer sin excusa delante de Él para recibir el castigo merecido por sus obras de iniquidad.
CONCLUSIÓN
La religiosidad no será un elemento que nos permita exhibir delante de Dios para vernos eximidos de declarar ante Él lo que hicimos con esta vida que Él nos regaló. Dios sabe ver a través de las capas de hipocresía y maquillaje con que muchas personas cubren un corazón mezquino, miserable y falso. No te preocupes en cada ocasión en la que veas como un político, un funcionario público, un empresario, un personaje de rancio abolengo o un ladrón de guante blanco, se lo lleva todo crudo, viviendo a cuerpo de rey mientras se ríe de nosotros, aquellos que intentamos imitar en todo a Cristo. No te soliviantes, ni te hartes hasta el punto de maldecir a Dios por circunstancias pasajeras que a su debido tiempo tendrán su castigo. No canses al Señor identificándolo con dar la bendición a los injustos de este mundo. Dios no respalda ni apoya la maldad, el pecado o las maniobras delictivas. Y si no, que se lo digan al rico que trató a Lázaro peor que a un perro, el cual fue condenado eternamente a padecer en el fuego del infierno. Dios es justicia y como decía mi madre muchas veces: “Al freír, será el reír.”