SERIE DE ESTUDIOS BÍBLICOS SOBRE LA ESPERANZA “DEJANDO ENTRAR A LA ESPERANZA”
TEXTO BÍBLICO: 2 SAMUEL 9:1-13
INTRODUCCIÓN
“La esperanza es lo último que se pierde”, dicen muchos cuando las dificultades se abalanzan sobre ellos para devorarlos. Esta frase, que sirve de consuelo en tiempos duros, suele ser el lema para aquellos que siempre creen que incluso en el último suspiro, en los minutos de la basura o en el postrer segundo todo se va a arreglar y solucionar satisfactoriamente. La esperanza se convierte así en el asidero de los desesperados y en un clavo ardiente al que aferrarse para salir victorioso de la desgracia. Sin embargo, más allá de esta sucinta consideración de lo que supone la esperanza para las personas, lo cierto es que vivimos épocas en las que la esperanza está dejando de ser útil, motivadora y vivificadora. Hoy, si alguien pasa por tragos realmente amargos en la vida, prefiere darse por vencido. En un utilitarismo practiquísimo el ser humano desdeña cualquier atisbo de esperanza para dejarse arrastrar por su debilidad, permitiendo que la muerte se convierta en una salida perfectamente legítima a sus adversidades. Ya no existe valor en la esperanza. “¿Esperar qué?”, se pregunta mucha gente. “Todo termina con esta vida y nada más hay tras nuestro deceso. ¿Para qué esperar algo incierto, ignoto y misterioso? Es preferible cortar por lo sano, y cuando no puedas resistir por más tiempo, incluso será mejor suicidarse que seguir viviendo penosamente”, argumentan aquellos que abominan de la esperanza de un más allá, de un cielo y de un infierno.
Personas sin esperanza que solo viven por inercia. Personas sin futuro que solo viven para el presente egoísta y mediocre. Personas sin mañana que únicamente siguen el flujo materialista y perceptible a través de los sentidos. Personas descreídas que no son capaces de ver más allá de su dolor y su comodidad corporal y mental. Todas estas personas son seres humanos de carne y hueso con las que convivimos y a las que debemos contagiar nuestra esperanza viva, aquella que nos moviliza a predicarles de Cristo. A través de la Biblia podemos constatar una verdad inmutable que nunca pasa de moda y que se alza por encima de cualquier actitud derrotista, pragmática e incrédula: Dios es nuestra esperanza. En el pasaje de las Escrituras que traemos hoy a colación, una persona cuyo futuro era un interrogante, dada su procedencia y su estado físico, recibe de otra una esperanza inesperada que lo aúpa a las cotas de gloria y honra más altas para la época. Esta es la historia de Mefiboset, hijo de Jonatán. Es la historia de una esperanza que recuerda sus promesas, que rompe todas las barreras habidas y por haber, y que nunca nos defrauda.
- SE BUSCA UNA ESPERANZA CON MEMORIA
“Dijo David: ¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán? Y había un siervo de la casa de Saúl, que se llamaba Siba, al cual llamaron para que viniese a David. Y el rey le dijo: ¿Eres tú Siba? Y él respondió: Tu siervo. El rey le dijo: ¿No ha quedado nadie de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia de Dios? Y Siba respondió al rey: Aún ha quedado un hijo de Jonatán, lisiado de los pies. Entonces el rey le preguntó: ¿Dónde está? Y Siba respondió al rey: He aquí, está en casa de Maquir hijo de Amiel, en Lodebar.” (vv. 1-4)
David por fin se había asentado en el trono de Israel. Después de innumerables batallas y encontronazos fratricidas, ahora podía considerarse rey de Israel. Tras extender sus dominios venciendo a los filisteos, a los moabitas, a los sirios y a los edomitas, puede reflexionar sobre la amplitud de las responsabilidades por las que tiene que velar. Y precisamente una de esas responsabilidades era la de cumplir con los pactos y alianzas que éste había acordado con aquellos que le prestaron su ayuda y respaldo. Una de esas personas que le apoyaron antes de lograr coronarse como monarca israelita era Jonatán, hijo del ya finado rey Saúl. Entre ellos surgió una amistad inquebrantable que fue capaz de sobrevolar la inquina que Saúl tenía hacia David. En vista del previsible final del linaje real de Saúl tras su muerte, Jonatán no quiere marchar a la otra vida sin hacer que David le prometiese su protección y cuidado, no solo para él, sino para toda su descendencia: “Si yo viviere, harás conmigo misericordia del Señor, para que no muera, y no apartarás tu misericordia de mi casa para siempre. Cuando el Señor haya cortado uno por uno los enemigos de David de la tierra, no dejes que el nombre de Jonatán sea quitado de la casa de David… Y Jonatán dijo a David: Vete en paz, porque ambos hemos jurado por el nombre del Señor, diciendo: El Señor esté entre tú y yo, entre tu descendencia y mi descendencia, para siempre.” (1 Samuel 20:14-16, 42).
En la relativa quietud de su recién adquirida dignidad real, David recupera de su memoria esta promesa para cumplirla en la estirpe de su estimado amigo Jonatán. David podría haber obviado este pacto bajo la justificación de posibles traiciones y de probables deseos de Mefiboset por recuperar su derecho al trono. Podía haber olvidado su palabra dada fundamentándose en las amargas experiencias que había tenido con Abner e Isboset antes de ser coronado rey de todo Israel. Sin embargo, David es lo suficientemente noble como para hacer que la memoria de su gran amigo Jonatán perdure más allá de la muerte, y da la oportunidad de que sus hijos y demás progenie puedan recibir la bendición de una nueva vida de paz y justicia. Mefiboset, el último hijo de tantos que tuvo Jonatán, es ahora el depositario de una gran y solemne promesa. Su estado de discapacidad física no le auguraba nada bueno en lo que le quedaba de vida, y su consanguinidad con el antiguo rey de Israel podría no ser vista con buenos ojos en este nuevo orden político. El hecho de que no pudiese guerrear en una buena batalla por razón de su cojera imprimía aún mayor énfasis en lo desgraciado de su estado. No obstante, la esperanza comienza a despuntar en el horizonte de su existencia justo cuando alguien se acuerda de un pacto perdido en el tiempo y las circunstancias.
Así es la esperanza que recibimos de Dios. Es una esperanza que está profundamente anclada en la roca del pacto que Dios ha hecho con el ser humano desde el principio de los tiempos. Nuestra esperanza nos permite permanecer tranquilos y seguros de su cumplimiento, incluso en los instantes más crudos de nuestras existencias. Dios no se olvida de nosotros, ni se escuda en lo pecadores y malvados que llegamos a ser, sino que a pesar de nuestra infidelidad y deslealtad, a pesar de nuestra cojera espiritual, y a pesar de nuestra indignidad, manifiesta ante nosotros la esperanza de poder recibir de Él lo mejor y más adecuado para nuestras necesidades, y lo que mayor gloria traiga a su persona.
- SE BUSCA UNA ESPERANZA QUE ROMPE BARRERAS
“Entonces envió el rey David, y le trajo de la casa de Maquir hijo de Amiel, de Lodebar. Y vino Mefi-boset, hijo de Jonatán hijo de Saúl, a David, y se postró sobre su rostro e hizo reverencia. Y dijo David: Mefi-boset. Y él respondió: He aquí tu siervo. Y le dijo David: No tengas temor, porque yo a la verdad haré contigo misericordia por amor de Jonatán tu padre, y te devolveré todas las tierras de Saúl tu padre; y tú comerás siempre a mi mesa. Y él inclinándose, dijo: ¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?” (vv. 5-8)
La esperanza suele romper con aquello que estimamos lógico y calculable. Tiene esa sorprendente faceta milagrosa que supera cualquier expectativa y previsión humana. ¿Cuántas veces, cuando ya estamos a punto de rendirnos, aparece la mano provisoria de Dios para rescatarnos de una situación prácticamente irresoluble? ¿En cuántas ocasiones no hemos contemplado de qué manera sobrenatural e inesperada la esperanza se abre paso a través de las barreras de los prejuicios y esquemas mentales anquilosados? Así es la esperanza. Quebranta los moldes que el ser humano limitado construye y trasciende los límites marcados por la razón humana. Este es precisamente el supuesto que encarna Mefiboset. Los obstáculos de la incapacidad física, considerada una maldición personal de Dios para aquel que la padecía, y de la pertenencia a una genealogía sospechosa de volver a querer arrebatar a David su trono, son desmenuzados por la misericordia y la esperanza, una esperanza que se traduce en abundancia, prosperidad y honor.
Esta esperanza transgresora, en el buen sentido de la palabra, es aquella que encuentra su auténtico sentido y dimensión en la humildad del que la recibe. No existe altanería o soberbia en Mefiboset cuando se ve las caras con David. No hay ni un ápice de reproche o de reclamación en las palabras del hijo de Jonatán. Todo lo contrario. Con sus posternaciones, su respeto y su declaración sincera de humildad, es capaz de cautivar a David, y de comprobar que, incluso tras la muerte, el espíritu de Jonatán, su amigo del alma, sigue vivo en su hijo. Mefiboset ni por asomo hubiese pensado que tanta buena suerte de golpe pudiese ser suya. Seguramente ya habría asumido su papel de marginado y apestado político por lo que somos capaces de comprobar en sus palabras enfáticamente dirigidas a recalcar su condición miserable e indigna. Pero la esperanza por fin brilla en lo más alto de su cielo para recibir de ésta sus rayos cálidos y brillantes.
Así es también la esperanza que Dios nos ofrece. Es una esperanza contra todo pronóstico. Es capaz de darnos fuerza y dignidad justo en aquellas circunstancias en las que los obstáculos se erigen para cerrarnos las puertas a un futuro feliz. Nos brinda una certeza clara a través de la fe que supera cualquier barrera de la razón que se interponga entre la salvación y nosotros. Pero para sacar el máximo provecho a esta sublime esperanza, es preciso que nos aferremos a ella con humildad de espíritu y sencillez de corazón, con una actitud propia de un niño que siempre espera lo mejor de su padre.
- SE BUSCA UNA ESPERANZA QUE NO DEFRAUDA
“Entonces el rey llamó a Siba siervo de Saúl, y le dijo: Todo lo que fue de Saúl y de toda su casa, yo lo he dado al hijo de tu señor. Tú, pues, le labrarás las tierras, tú con tus hijos y tus siervos, y almacenarás los frutos, para que el hijo de tu señor tenga pan para comer; pero Mefi-boset el hijo de tu señor comerá siempre a mi mesa. Y tenía Siba quince hijos y veinte siervos. Y respondió Siba al rey: Conforme a todo lo que ha mandado mi señor el rey a su siervo, así lo hará tu siervo. Mefi-boset, dijo el rey, comerá a mi mesa, como uno de los hijos del rey. Y tenía Mefi-boset un hijo pequeño, que se llamaba Micaía. Y toda la familia de la casa de Siba eran siervos de Mefi-boset. Y moraba Mefi-boset en Jerusalén, porque comía siempre a la mesa del rey; y estaba lisiado de ambos pies.” (vv. 9-13)
Mefiboset todavía se restregaba los ojos ante los acontecimientos tan grandiosos e increíbles que se estaban sucediendo ante sí. Perfectamente podría haberse conformado con recibir de David lo necesario para sobrevivir, y sin embargo, el regalo que el rey le estaba poniendo en bandeja de plata superaba con creces sus expectativas antes de acudir a su llamada. La esperanza que David ofrece a Mefiboset es más de lo que pudiese imaginar o desear: las tierras de su abuelo, siervos a su disposición para que nada le faltase y poder compartir mesa con el mismísimo rey de Israel. David da las instrucciones necesarias para que Siba se encargue de todos los detalles de estas mercedes, y lo que es más, reconoce a Mefiboset como a uno más de sus hijos, dándole la prerrogativa de formar parte del consejo de la corte, privilegio de suprema importancia y relevancia. No importaba su estado físico, o su potencial para la traición. Lo que de verdad quiere David es hacer honor a su palabra dada a Jonatán a través de Mefiboset, su hijo, y Micaía, su nieto. David cumple con su obligación moral con el placer que surge del cumplimiento a carta cabal de las alianzas llevadas a cabo en el pasado. No defrauda a Mefiboset, sino que lo encumbra y lo colma de abundantes bendiciones de por vida.
La esperanza que nos ofrece el materialismo y el relativismo de nuestros días solo puede hundirnos en la frustración y la desesperación, ya que sus promesas son falsas de principio a fin, y ninguna de ellas asegura una eternidad de felicidad. Por el contrario, la esperanza que Dios ofrece al ser humano suele culminar en que seamos receptores de mayores bendiciones, mejores victorias y más altos privilegios cuando la tormenta ha desaparecido en nuestros horizontes. Justo cuando el agua llega al cuello, a punto de desmayar, el Señor nos ase con su mano de misericordia y amor y nos entrega beneficios de incalculable valor para nuestras vidas. Dios nunca nos defrauda, ya que siempre cumple con sus promesas, e incluso nos inunda de bendiciones sin cuento. El Señor nos entrega más de lo que perdimos en primera instancia y nos invita a sentarnos a su lado en las bodas del Cordero para celebrar la consumación de la esperanza más hermosa y cotizada: la redención de nuestro ser.
CONCLUSIÓN
La esperanza es fundamental para entender el futuro. No podemos vivir tranquilos y seguros si no creemos de todo corazón que el porvenir es del Señor. Por eso, si todavía no has encontrado esperanza en tu camino, encuéntrala en Dios sin importar cuál sea tu estado espiritual y sin pensar que eres demasiado indigno para ser amado por Él. Si ya la has encontrado, disfruta de ella hasta que, un glorioso día, podamos prescindir de ella dado que ya estaremos en la presencia de Dios por toda la eternidad.