TEXTO BÍBLICO: JUAN 14:6
INTRODUCCIÓN
La vida es un auténtico viaje. Es un viaje repleto de certezas e incertidumbres y lleno de paisajes hermosos así como de horizontes tenebrosos. Cuando vamos a planificar unas vacaciones o una escapada, es preciso escoger cuidadosamente la ruta por la que queremos conducir nuestro vehículo, salvando los atascos y carreteras problemáticas, y eligiendo las vías amplias y rápidas que nos lleven a nuestro lugar de destino lo antes posible y con el menor número de imprevistos. Metemos en el maletero aquellas cosas indispensables e imprescindibles para que nuestro tiempo de descanso sea lo más placentero posible, revisamos con detalle nuestro vehículo en previsión de averías y procuramos hacer que nuestro viaje sea lo más llevadero posible. La vida también tiene un principio y un fin. El trayecto que queda entre nuestro nacimiento y nuestra muerte es un recorrido de tiempos y espacios en los que es preciso escoger la mejor ruta, en los que es necesario viajar ligeros de equipaje y en los que deberíamos prevenir antes que lamentar. Desgraciadamente, no todos los seres humanos de este mundo optan por la mejor ruta, aquella que puede salvarles de sinsabores y que es capaz de brindarles la oportunidad de vivir una vida auténticamente plena y satisfactoria.
El poeta Antonio Machado ya lo dijo con especiales y sencillas estrofas: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.” Mientras andamos y transitamos por esta vida terrenal, las elecciones y las decisiones llenan cada uno de nuestros pasos. No hay metro de nuestro recorrido vital en el que no tengamos que escoger entre varias opciones. La cuestión entonces es saber decidir, saber discernir qué sendas son las que mejor nos convienen y qué caminos nos conducen al abismo de la desesperación y de la condenación eternas. Nuestra ruta que es la vida está plagada de cruces, atajos y bifurcaciones, y si nos dejamos guiar por nuestro instinto, por nuestros deseos y por nuestra visión distorsionada de la realidad y de lo que es importante, lo más probable es que nos despeñemos por el acantilado de la ignorancia y el engaño. No todas las señales que aparezcan en la carretera por la que conducimos serán lo que parecen, sino que a menudo las promesas de atajos solo harán que nos perdamos más y más en los caminos de cabras de Satanás.
Cristo se convierte de este modo en aquel que puede marcarnos la ruta correcta que lleva a la salvación de nuestras almas, a la bendición en nuestras vidas terrenales y a la presencia eterna de Dios, la cual es nuestro destino deseado donde descansar de los sufrimientos, el desespero y el dolor que como seres humanos nos infligimos mutuamente. ¿Deseas llegar a tu verdadero hogar siguiendo la ruta más segura y confiable? Entonces Cristo es la solución, porque no solo muestra el camino al Padre, sino que él mismo es ese camino de santidad. Tomás se hizo una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez en la vida: ¿Cómo sabemos dónde está el camino de salvación que nos acerca a Dios?
A. CRISTO ES EL CAMINO
“Jesús le dijo: Yo soy el camino… Nadie viene al Padre, sino por mí.”
¿Qué es un camino? La definición oficial de camino es la siguiente: “Franja de terreno utilizada o dispuesta para caminar o ir de un lugar a otro; en especial la que no está asfaltada.” De este concepto podemos entender que un camino surge para conectar a dos personas o seres que desean encontrarse en un momento dado. Los antiguos caminos solían aparecer en el terreno cuando el tránsito de personas apisonaba la tierra hasta crear un sendero reconocible. Con el paso del tiempo este camino era pavimentado, ensanchado, señalizado y asfaltado, a fin de que los viajes se hiciesen más cómodos y rápidos. Un camino no existe en tanto en cuanto no exista el deseo de que alguien quiera conectar con otro u otros, y por lo tanto, esta idea apunta, en términos vitales, al deseo de Dios porque el ser humano se relacione con Él. El camino que Dios ha provisto para que hagamos un viaje de descubrimiento y de experiencia es su Hijo Jesucristo. Cristo se convierte así en mediador entre Dios y los seres humanos, el camino necesario, excepcional y único que nos enlaza con Dios y con nuestra redención.
La asunción de Jesús de ser Dios mismo que podemos ver recogida en el uso del “Yo soy” propio del nombre de Dios, nos indica claramente que Jesús no era un maestro espiritual o un gurú profético que solo venía a marcar el camino a la plenitud humana en Dios. Jesús no era solamente alguien que con su mensaje y enseñanzas estaba revelando el camino a Dios. Él mismo era y es el Camino con mayúsculas. Es el camino y no un camino. Esto quiere decir que cualquier intento por proponer otros caminos a Dios son solo fútiles e inútiles movimientos por construir autopistas engañosas que persigan alcanzar la salvación o a Dios a través de los esfuerzos humanos. A lo largo de la historia ha habido caminos que han tratado de ocupar el lugar de Cristo. Desde los judaizantes que abogaban por el cumplimiento de la ley para ser salvos además de la fe en el Señor, pasando por la venta de indulgencias y bulas, por ganarse el cielo a base de limosnas y buenas obras y cumplir con una serie de ritos y ceremonias sacramentales, el ser humano ha inventado nuevas rutas que le llevaran a Dios, algo que estrepitosamente se ha derrumbado con el paso del tiempo y con una correcta interpretación de la voluntad de Dios a la luz de las Escrituras y de su Espíritu Santo. Hoy mucha gente predica evangelios en los que “todos los caminos llevan a Roma”, y en los que se pregona que no importa a qué Dios adores, si Alá, la Madre Tierra o Maradona, o qué camino a la realización personal sigas, puesto que un día todos seremos salvados por amor.
Solo existe una ruta para la salvación y ésta es Cristo. Nadie puede llegar a relacionarse con el Padre si primeramente no se ha relacionado con el Hijo. No existen atajos ni vericuetos que acorten la ruta o que faciliten el viaje. De hecho, todos aquellos que hemos aceptado que Cristo es el único camino a Dios, sabemos por experiencia que el camino es angosto, estrecho y repleto de baches: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:13-14). La vida cristiana no es una autovía espaciosa a la que ir a toda velocidad pagando con obras los peajes que nos encontremos hasta destino. La ruta de la vida para el creyente está erizada de inconvenientes, accidentes, incidentes y percances, y nuestro vehículo a veces se averiará por no cambiar el aceite cuando toca, se verá envuelto en situaciones rocambolescas que demandarán de nuestra pericia al volante y gastaremos mucho dinero en cambiar ruedas pinchadas. No podría ser de otro modo sabiendo que nuestra existencia, por causa del pecado y de nuestra mala cabeza, se va a ver afectada negativamente, aunque por fin lleguemos a puerto sanos y salvos. Conocer a Cristo es conocer a Dios, y transitar por el camino por excelencia que es Jesús solo puede darnos la seguridad y certidumbre de que seremos salvos por gracia y de que disfrutaremos de Dios por toda la eternidad.
B. CRISTO ES LA VERDAD
“Yo soy… la verdad.”
¿Qué es la verdad?, se preguntaba Poncio Pilatos cuando vio a Jesús cara a cara durante su juicio. Esta es una pregunta que todo ser humano que se precie de ser mínimamente inteligente se ha hecho alguna vez en la vida. ¿Dónde puedo encontrar certezas y absoluta seguridad? En los tiempos que nos toca vivir la verdad ha dejado de existir en detrimento de las verdades. Lo que para mí es cierto, no tiene porqué serlo para ti y viceversa. La verdad se ha volatilizado y relativizado de tal manera que determinadas afirmaciones y aseveraciones son verdad únicamente por el hecho del efecto que causan en la persona. Una verdad es valiosa si aporta felicidad, libertad de acción y satisfacción a los sentidos. Hoy más que nunca recibiremos, si queremos hablar de las verdades absolutas reveladas en la Biblia a alguien, el comentario de que todo es del color del cristal con el que miras. He escuchado incluso que la mentira aporta más que la verdad cuando se dice en el contexto de evitar problemas y eludir responsabilidades futuras. Por lo tanto, esa pregunta de Poncio Pilatos ya está dejando de tener peso en la mentalidad del mundo en el que vivimos. Tu verdad, mi verdad, y lo importante es ser feliz con ellas.
Sin embargo, esta percepción de lo que es la verdad es lo que puede llevar a muchísima gente a caminar por rutas en las que prefiere ser dirigida por espejismos, promesas falsas y erróneas transcripciones de lo que es el bien y el mal, hasta arribar a la verdad más ardiente y demoledora de todas: el infierno eterno. El respeto por la opinión y las presuntas experiencias de los demás siempre debe estar presente en nuestra predicación del verdadero camino que puede llevar a Dios al incrédulo. No podemos aporrear con la Biblia a todo aquel que no piensa como nosotros o que no comulga con nuestra fe e ideas. Solo hemos de exponer con extraordinaria sencillez y sinceridad que existe una verdad absoluta, superior y transformadora la cual es Cristo. Esta verdad que está encarnada en Cristo y que revela a Dios Padre nos lleva a recibir una libertad auténtica y muy alejada de esa pretendida libertad que nos quieren vender de hacer lo que mejor nos plazca. Esta verdad ha sido manifestada en Jesús: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.” (Juan 18:37). El que de corazón quiere, anhela y aspira a conocer la verdad de todas las cosas, encontrará en el Espíritu de Verdad a su aliado, ya que éste apelará a su conciencia, dándole a conocer que la ruta verdadera que conduce a Dios es Cristo: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.” (Juan 16:13)
C. CRISTO ES LA VIDA
“Yo soy… la vida.”
¿Qué es la vida? ¿Es simplemente existir, respirar, pasarlo en grande sin pensar en las consecuencias, amar? La vida, tal y como la entiende este mundo, es aquel intervalo de tiempo que existe entre el nacimiento y la muerte y que debe ser exprimido y disfrutado a tope. Si preguntásemos a alguien qué es la vida, seguramente nos hablaría de trabajo, dinero, familia, diversión, descanso y un largo etcétera de actividades en las que emplear el tiempo de esa vida. No obstante, ese sueño que todo ser humano persigue de poder saborear la vida suele estar acompañado de una veleidosa y caprichosa visión de lo que es vivir realmente. De algún modo perverso, se ha estructurado una concepción de vida cimentada en el materialismo, de tal manera que vives en tanto en cuanto consumes y adquieres cosas para ser feliz. De ahí que las expresiones “vivir la vida”, “tú si que vives bien”, “vivir a todo tren” y “la dolce vita”, tengan más que ver con vivirla sin sobresaltos económicos y disfrutándola entre lujos y comodidades. ¿Pero eso es vivir plenamente? Lo dudo. Si existe una sola vida que merezca la pena vivirla y que sea digna de ser llamada vida, esa es la que Cristo nos regala si elegimos la ruta de su salvación. Tenerlo todo y perder el alma supone conducir el vehículo por la autopista de la condenación eterna, tal vez encontrando placer y diversión momentáneos durante el trayecto, pero que al final desembocarán en las fauces rugientes del averno.
Cristo no ha venido solamente a traernos vida, sino que él mismo es la Vida. En él podemos encontrar el sentido y propósito de nuestra existencia, en él podemos saciar nuestra sed espiritual y de trascendencia, en él adquirimos nuestra verdadera esencia y ser: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10). Nuestra mera existencia física y terrenal importa poco en comparación con toda una vida eterna que comienza en el preciso momento en el que nos detenemos en un área de descanso al lado de la carretera, y reflexionamos sobre nuestro destino final, y escogemos creer en Cristo como nuestro Señor y Salvador. Él se convierte desde ese instante en nuestro guía y maestro, en nuestro GPS espiritual que siempre tiene cobertura satelital y que nos re-direcciona cuando metemos la pata siguiendo la señalización mentirosa que Satanás coloca en nuestro camino. A veces es conveniente hacer un stop en nuestro camino para verificar si la vida que queremos es la que estamos viviendo o la que Cristo nos ofrece por medio de su sacrificio en la cruz del Calvario. La promesa sigue estando ahí para aquel que se da cuenta en su viaje personal que su vida solo es la muerte disfrazada de actividades y libertinaje: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.” (Juan 7:38).
CONCLUSIÓN
Solo existe un sentido único para aquellos que quieren ser salvos de su vana manera de vivir y de sus pecados. Sólo hay un camino que nos acerca a Dios para entablar una relación que nos transformará, cambiará y redimirá. Solo hay una senda, poco transitada por el ser humano, que promete verdad, libertad y vida. Solo existe un camino a la felicidad, al perdón de tus rebeliones y a gozar de toda una fiesta en los cielos que celebra tu llegada. Ese camino de sentido único es Cristo.
Si todavía no has tomado la decisión de transitar por este camino insuperablemente glorioso y bendito, aparca tu vida por un momento y medita sobre hacia dónde estás dirigiéndola. No tardes más tu decisión, porque en cualquier curva o cambio de rasante puedes encontrarte con la muerte y ya no tendrás margen de maniobra para esquivar tu responsabilidad ante Dios.
Si ya estás caminando por la vía de santidad que Cristo ha pavimentado con su sangre derramada por tus pecados, no mires ni a izquierda ni a derecha buscando atajos u otros caminos que te prometan merecer el cielo. Posa tus ojos en Cristo, el autor y consumador de la fe, de tal manera que tu carrera termine con el laurel y el galardón de los que perseveran en la fe que es en Cristo Jesús, Señor nuestro.