DIÁCONOS CUALIFICADOS

DIÁCONOS CUALIFICADOS

SERIE DE ESTUDIOS EN 1 TIMOTEO “SOMOS IGLESIA”

TEXTO BÍBLICO: 1 TIMOTEO 3:8-13

INTRODUCCIÓN

El servicio es un don imprescindible para la iglesia que algunos de los miembros que la componen desarrollan al amparo de la dirección del Espíritu Santo. Las necesidades, del tipo que sean, existen en la comunidad de fe, del mismo modo que éstas existen en cualquier ámbito y orden de nuestra sociedad. Con el objetivo de paliar en la medida de lo posible esas necesidades imperiosas, aparece en la iglesia primitiva un cuerpo de hombres y mujeres cristianos cuya tarea es la de cuidar, supervisar y auxiliar al resto de componentes de la congregación. Según nuestro estatuto eclesial, los deberes del diácono son los siguientes: “Responsabilizarse con aquellas exigencias inherentes a su cargo, y muy concretamente, mostrar diligencia y fidelidad en el cumplimiento de sus funciones, así como ser ejemplo de piedad y orden en el testimonio cristiano de su vida, rendir lealtad plena a los propósitos y directrices de la iglesia, frente a terceros e incluso a intereses particulares, asistir a las reuniones debidamente convocadas, sean de carácter ordinario o extraordinario. En caso de ausencia deberá comunicarlo al  pastor o al diácono secretario con suficiente antelación, y procurará ser en sus relaciones públicas y vida social en el seno de la iglesia, servicial con todos, de fácil contacto para los visitantes y ejemplo de asistencia, puntualidad, reverencia y mayordomía.” Como vemos, ser diácono comprende un estilo de vida y una cualificación personal y espiritual verdaderamente entregada y consagrada.

El ministerio del diaconado aparece como respuesta a una serie de problemáticas relacionadas con el sustento de personas menesterosas y desvalidas, y la vocación apostólica de la predicación y enseñanza del evangelio. El principal propósito del diaconado residía en repartir las mesas en las que se alimentaban los miembros más desfavorecidos socio-económicamente, permitiendo que los apóstoles de Cristo pudiesen concentrarse en la comunicación de las buenas nuevas de salvación en Cristo. Los diáconos se encargaban de supervisar la dispensación de viandas, y tal y como se nos narra en el libro lucano de Hechos, no era precisamente un trabajo menor en el que no se requería una preparación determinada: “En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos.” (Hechos 6:1-6)

  1. DIÁCONOS PRÁCTICAMENTE CUALIFICADOS

Pablo añade a estos requisitos, ya de por sí extraordinarios y que garantizaban el óptimo desempeño de este ministerio, una serie de cualidades que todo diácono y diaconisa debían exhibir antes y durante el desarrollo de su don espiritual. El apóstol comienza hablando del aspecto práctico y testimonial de los diáconos: “Los diáconos asimismo deben ser honestos, sin doblez, no dados a mucho vino, no codiciosos de ganancias deshonestas.” (v. 8) La palabra “diácono” es la castellanización de la original griega diakonos, la cual significa “servidor” o “camarero” (Juan 2:5). Con el fin de llevar a cabo una diaconía de garantías, el candidato debe ser, en primer lugar, honesto o serio (gr. semnos). Ayudar a los demás miembros de la comunidad de fe supone una responsabilidad que debe hacerse con solicitud y con conocimiento de causa. La capacidad de organización y de planificación debe ser una virtud en el diácono, y nunca debe dejar en manos del azar o de la confusión una labor encomiable y sumamente relevante. La honradez ha de presidir cada una de sus decisiones y cada una de sus estrategias. No solamente es menester tener buena voluntad, sino que ésta ha de ir acompañada de saber hacer, sabiduría y habilidad administrativa.

En segundo término, el diácono debe unir a esta honestidad, una actividad coherente con su fe. El doblez en las intenciones está en contra de lo que se considera servir a los demás. La palabra griega para esta expresión es dilogos, es decir, con dos palabras o lenguas. A veces hallamos a personas que a unos dicen una cosa para desdecirse a las espaldas de esta con otra persona. Resulta un ejercicio hipócrita tener un discurso para unos y otro completamente distinto para otros. Por ejemplo, no podemos favorecer a unos en detrimento de otros a la hora de ayudar y auxiliar socialmente, diciendo a unos que no hay nada para ellos, mientras a los que más apreciamos les ofrecemos más de lo debido. El diácono debe ser congruente con su palabra y su sí será sí, y su no, será no, sin manifestar un espíritu contradictorio en sus decisiones y en su servicio. En tercer lugar, y de forma similar a los pastores, los diáconos no han de ser alcohólicos que se someten a las cadenas de borracheras y cogorzas. No está hablando aquí Pablo de ser abstemios, sino de que el vino, el cual en aquellos tiempos se aguaba considerablemente, no debía guiar la toma de decisiones del diácono, siendo mesurados en su ingesta. La adicción (gr. prosejos) hace que la mente se concentre más en la sustancia adictiva y en cómo conseguirla, y se ocupa en hallar dinero, tal vez el procedente de las ofrendas de la iglesia, para seguir cogiendo melopea tras melopea a costa de los fondos comunes.

Relacionado con lo anterior, el diácono no debe sustraerse a la tentación de sisar de la bolsa comunitaria. La codicia no tiene cabida en el corazón de un servidor de la iglesia, ni se deja llevar por los favoritismos, ni se aprovecha egoístamente de todo cuanto debe administrar y repartir a los necesitados de la iglesia. Su interés siempre debe ser el de auxiliar al mayor número de hermanos posible sin atender a la susurrante voz de las ganancias mal habidas. Su expediente debe estar más limpio que una patena en cuanto a la ludopatía, las adicciones alcohólicas y a la avaricia. El diácono no puede jugar con el sustento y la nutrición de los más desfavorecidos, y mucho menos robar de aquello que tantas personas han reunido para cuidar de viudas, huérfanos y demás menesterosos de la comunidad de fe.

  1. DIÁCONOS ESPIRITUALMENTE CUALIFICADOS

A continuación, Pablo se ocupa de la parcela espiritual del diácono: “Que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia.” (v. 9) Los diáconos son hijos de Dios que han recibido de Cristo el misterio de la fe, al igual que el resto de miembros de la iglesia. Sin embargo, para ellos el listón de exigencia se coloca a mayor altura. Su vida interior ha de guardar, esto es, obedecer y perseverar en la Palabra de Dios, en el misterio de la fe que es el nuevo pacto de gracia en Cristo revelado en los evangelios y en las cartas apostólicas. Se sujetan y someten por completo a las instrucciones, enseñanzas y lecciones que se extraen del contenido de la verdad inspirada por el Espíritu Santo a los escogidos. Su conciencia, la voz que les marca el camino de Cristo en acción y pensamiento, y que les guía a llevar adelante su tarea de servicio de acuerdo a su modelo y ejemplo, debe estar limpia de polvo y paja, de remordimientos y de culpas que puedan entorpecer su loable obra de misericordia hacia el prójimo. Así, conociendo la senda que les recuerda quiénes son en Cristo, la verdad de su llamamiento y la unción del Espíritu Santo, son capaces de disfrutar de su servicial oficio en el seno de la iglesia.

  1. DIÁCONOS PROBADOS

El diácono, a pesar de la práctica que en algunas iglesias actuales se lleva a cabo, en la que a veces se vota o elige al diácono por descarte, por simpatía o por costumbre, debe ser probado y seleccionado. No vale cualquiera para el cargo de diácono, ni siquiera cuando existen personas con disponibilidad y voluntariedad: “Y éstos también sean sometidos a prueba primero, y entonces ejerzan el diaconado, si son irreprensibles.” (v. 10) La prueba del algodón del que aspira a ser diácono no es algo baladí u optativo. El diácono debe demostrar ampliamente que es merecedor de este importantísimo ministerio por medio de un tiempo razonable en el que comprobar que sus actos, palabras y compromiso con la iglesia, y de forma especial, con los necesitados que en ella hay, son coherentes con su deseo. Ha de ser irreprensible (gr. anegklotós), para que nadie le eche en cara nada con que contaminar el testimonio de la iglesia para con los de afuera. Aunque no se nos dé aquí detalles concretos del método de elección del diaconado, a la luz del relato que consignamos al principio sobre Hechos, el diácono debe estar lleno del Espíritu Santo y de fe en Cristo Jesús. Los máximos responsables de la iglesia daban su beneplácito si se conducían dentro y fuera de la comunidad de fe como es preceptivo para un cristiano consagrado. En la actualidad, es la asamblea de los miembros de pleno derecho la que los escoge en un acto solemne: “La asamblea de iglesia será el órgano supremo de gobierno, decisión y consulta. En ella residirá toda autoridad para el gobierno y la gestión;  de ella procederá mediante delegación, y otorgará la investidura sobre todo caso de autoridad delegada, en este caso, el Consejo de Diáconos.”

  1. DIACONISAS CUALIFICADAS

Las diaconisas también tienen sus requerimientos, con lo que entendemos desde las palabras de Pablo, que las mujeres, a pesar de no ser tenidas tan en cuenta en actividades de enseñanza y profecía bíblica, tal como vimos en otro de los estudios anteriores, no obstante, tenían un gran peso específico en cuanto a la labor del servicio a los menesterosos de la iglesia: “Las mujeres asimismo sean honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo.” (v. 11) Básicamente, si leemos con atención, encontramos que el apóstol de los gentiles solicita de las diaconisas demanda de ellas las mismas cosas que a los varones: honestidad y honradez, un discurso exento de hipocresía y difamación (gr. diabolós), sobriedad alcohólica y fidelidad para con Dios y para con la iglesia en cuanto a la gestión de los fondos de ayuda a los pobres de la congregación.

Retomando de nuevo la acreditación de los diáconos varones, y no sin extrapolar estas indicaciones a las diaconisas, Pablo da cuenta de cómo debe ser su ambiente familiar, muy similar al que el pastor, del cual hablamos en el estudio anterior, debe cultivar en el seno de su hogar: “Los diáconos sean maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus casas.” (v. 12) Una administración óptima y excelente del entorno familiar siempre será el espejo en el que mirará el resto de la iglesia para confiar la tarea del diaconado tanto a mujeres como a varones. Lo uno lleva a lo otro, y cuando existe armonía familiar y fidelidad conyugal, también esto repercute positivamente en el desempeño de cualquier otro trabajo en el orden eclesial.

  1. RECOMPENSA DE UN DIACONADO CUALIFICADO

Por último, Pablo anima, del mismo modo que hizo con aquellos que anhelan ser obispos o pastores, a aquellos que pretenden formar parte de este equipo tan relevante de hermanos y hermanas: “Porque los que ejerzan bien el diaconado, ganan para sí un grado honroso, y mucha confianza en la fe que es en Cristo Jesús.” (v. 13) Aquellos que cumplen oportuna y lealmente con el cometido del diaconado recibirán una preciosa recompensa de manos de Cristo en el día en el que todos los creyentes comparezcan ante su tribunal. Es un oficio lleno de responsabilidad, presión, sinsabores, y a menudo, es una función bastante desagradecida, como muchos de los que han detentado tal labor en la iglesia podrían confirmar. No está al alcance de muchos poder realizar una honorable acción humanitaria con gozo y alegría. Pero si alguien desea ser diácono, siempre deberá mirar a Cristo y no al ingrato ser humano con el fin de seguir socorriendo y sirviendo en la iglesia. Los diáconos y diaconisas serán honrados y puestos en eminencia (gr. bathmos), en un pedestal de dignidad especial a causa de su excelencia en el servicio. Además, serán personas de referencia en la iglesia, puesto que su trayectoria de fidelidad y eficiencia los hará modelos para el resto de los creyentes, dado que crecerán en confianza, coherencia y sabiduría de lo alto.

CONCLUSIÓN

Los diáconos y diaconisas son hermanos y hermanas imprescindibles para entender el apartado social, humanitario, administrativo y de sostenibilidad de la iglesia de Cristo. Sin estos miembros de la comunidad de fe, que permiten un espacio fundamental de predicación y enseñanza del evangelio a aquellos que poseen ese don en concreto como pastores, predicadores, maestros y profetas, la misión de la iglesia se vería diluida y sobrepasada por las necesidades físicas y alimentarias de otros hermanos con menor capacidad adquisitiva, peligro de exclusión socio-económica y dificultades para subsistir.

Es un absoluto privilegio contar con secretarios, tesoreros, estrategas de evangelismo, responsables de mantenimiento, ministros de eventos fraternales, directores de ayuda social a la comunidad eclesial y vecinal, y directores de alabanza y adoración, bibliotecarios y demás supervisores de áreas importantes de la vida de la iglesia, ya que todos hacen que la labor de preparación bíblica expositiva y la consejería pastoral puedan ofrecer a toda la iglesia otra clase de alimento, el alimento espiritual. Honremos a estos hombres y mujeres, estimándolos y cooperando con ellos en aquello que sea menester para edificación de la iglesia y gloria de nuestro Padre celestial.

 

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