PRESBÍTEROS

PRESBÍTEROS

 

SERIE DE ESTUDIOS EN 1 TIMOTEO “SOMOS IGLESIA”

TEXTO BÍBLICO: 1 TIMOTEO 5:17-25

INTRODUCCIÓN

La experiencia, según se dice, es un grado, y esto es algo que en la iglesia primitiva del primer siglo después de Cristo se tenía en cuenta. Dentro de la dinámica eclesial existía un grupo de hermanos que reunían unos requisitos específicos y que les otorgaba cierta autoridad sobre el resto de los congregantes de la comunidad de fe. La palabra griega para “ancianos,” es presbiterói, e indica, además de que la persona debía tener una edad concreta, que su madurez espiritual estaba en cotas bastante altas, y que su ejemplo de vida y ministerio les había labrado un nombre y un prestigio entre sus demás hermanos. Tal como veremos a continuación, Pablo entendía que además de pastores, diáconos, maestros y viudas que ministrasen a la iglesia, también había un círculo más reducido de creyentes capaces de ayudar al pastor en las labores de predicación de la Palabra de Dios y de enseñanza de las Escrituras. Sabemos que, sobre todo en la cultura grecorromana que imperaba en esa época inicial del crecimiento de la iglesia de Cristo, la edad jugaba un papel simbólico, en el sentido de que se suponía o infería que una persona de edad avanzada era aval para ver en ésta a un consejero sabio, a una voz repleta de vivencias de las que aprender, y a un dirigente probado.

  1. RECONOCIMIENTO DEL TRABAJO DE LOS PRESBÍTEROS

A menudo, la palabra “presbítero” se emplea como sinónimo de “obispo”, o de “pastor,” aunque por lo que colegimos de las indicaciones paulinas a Timoteo, los ancianos eran eminentemente unos pilares sobre los que el pastor podía construir su pastoral y unos referentes espirituales a los que recurrir en momentos en los que la experiencia se hacía sumamente necesaria. Podríamos hablar de una especie de oficiales de la iglesia o responsables de ministerios troncales de la congregación. Su compromiso y responsabilidad, su consagración y entrega, y su disponibilidad ante los requerimientos pastorales, eran signos inevitables de su carácter y personalidad. Pablo, tras hablar sobre las viudas auténticas, las “falsas”, las viudas “alegres”, y las viudas más jóvenes, dedica unos consejos pastorales a Timoteo con referencia a la figura de los ancianos o presbíteros de la iglesia: “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario.” (vv. 17-18)

La precisión de las palabras que usa Pablo nos ayudan a entender una realidad positiva y otra no tanto. La positiva sugiere que el ideal de anciano es el de alguien que, al adquirir una prerrogativa directiva sobre sus hermanos en Cristo, sea un óptimo gobernante, alguien que se coloca en primera línea de fuego, en la vanguardia (gr. kalós proestótes) de la grey del Señor. La parte negativa recae sobre la idea de que no todos los ancianos que conocía el apóstol de los gentiles eran tan buenos administradores de la autoridad con la que se les había investido. Si el anciano o los ancianos cumplían de buen grado, con excelencia, y de forma satisfactoria sus obligaciones delante de Dios y del resto de creyentes de la iglesia, bien merecía ser reconocido, honrado y digno de ser obedecido. El doble honor o recompensa del que habla aquí Pablo (gr. diplés timés jagioúszosan) posiblemente se trate del hecho de que añaden a su madurez cristiana el desempeño de dos tareas tremendamente indispensables para la correcta marcha de la comunidad de fe en términos espirituales y de conocimiento de la Palabra de Dios: la enseñanza (gr. didaskalia) y la predicación o de la palabra (gr. lógo). Aquí comprobamos que su papel era muy activo y considerablemente influyente para el progreso espiritual y doctrinal de los miembros de la iglesia. Trabajaban arduamente en enseñar e instruir al pueblo de Dios, con un fervor y pasión que prácticamente los dejaba exangües. Existía un conjunto de ancianos que velaban por la integridad  y la verdad, por guardar al resto de hermanos de los enemigos de la fe, y de manera especial, había un grupo más estrecho de colaboradores pastorales que eran merecedores de un honor particular, dada la responsabilidad de su ministerio expositivo y pedagógico.

Pablo emplea dos versículos del Antiguo Testamento, los cuales se convierten en dos proverbios y en dos garantías divinas para lograr de la iglesia una reverencia diferencial en torno a estos ancianos, y no un menosprecio, la cual cosa parecía ocurrir en el seno de la iglesia efesia. El primer texto es muy sugerente, ya que compara al anciano con un buey que trilla las mieses después de que han sido segadas (Deuteronomio 25:4). Colocar el bozal al buey con el objetivo de que no se comiese las mieses cosechadas implicaba simbólicamente no dejar que una persona se alimentase de su arduo trabajo. En alusión a los ancianos, no se les debía prohibir beneficiarse de algún modo de su empeño y esfuerzo, bien a través de regalos o dones que los hermanos les entregaban como muestra de gratitud, o bien por medio de parabienes y el reconocimiento público. Hacia el mismo horizonte se dirige el siguiente texto bíblico que emplea Pablo: un trabajador no cede su sudor, su desgaste y su oficio sin recibir nada a cambio que le permitiese vivir con dignidad (Lucas 10:7). El anciano debía aceptar un pago o galardón dado por creyentes individuales o por la iglesia en su conjunto, dado que su tiempo y sus dones se estaban poniendo al servicio de la comunidad de fe desinteresadamente, y si predicaba o enseñaba, alguien debía ocuparse de su manutención y necesidades más imperiosas. De otro modo, nadie se ocuparía de estas parcelas tan relevantes para la vida eclesial, sino que trabajarían en cualquier otra cosa que les proporcionase el sustento para ellos y para sus familias.

  1. PRESBÍTEROS Y DISCIPLINA ECLESIAL

Tras este respaldo a la labor de los presbíteros y a la recompensa debida a los ancianos de la iglesia, Pablo trata un asunto de sumo interés pastoral y disciplinario: “Contra un anciano no admitas acusación sino con dos o tres testigos. A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman.” (vv. 19-20) En esa doble honra que era menester dispensar a los ancianos o presbíteros, entraba también el tema, siempre peliagudo y controvertido, de la disciplina eclesial. Cualquier causa que se iniciase en contra de alguno de los ancianos debía ser corroborada por más de un testigo. No podía juzgarse la conducta de uno de los oficiales principales de la iglesia a la ligera o con la declaración y acusación (gr. katógoria) de una sola persona que pudiese guardar alguna clase de animadversión personal contra un anciano por alguna palabra de amonestación o reconvención mal asumida o mal interpretada. Dos o tres testigos era lo mínimo que se exigía para valorar la inocencia o culpabilidad del anciano (gr. epí duo je trión martíron).

Y parece que en la realidad, Pablo deja constancia de que existían algunos ancianos que, tras ser careados, investigados y juzgados, no deponen sus prácticas depravadas y pecaminosas, sino que se encastillan en sus posturas equivocadas. Ante este talante orgulloso y reincidente, el pastor, es decir, Timoteo, debía pasar de un momento privado en el que solamente algunos miembros de peso conocían y dirimían el comportamiento nefasto del anciano, a un acontecimiento público en el que se expusiera bajo el escrutinio de la asamblea de creyentes el caso. El objetivo de este evento disciplinario público no es el de hacer escarnio, o el de avergonzar, o el de condenar, sino el de reprobar y corregir (gr. elenjo) al anciano, y el de enseñar al resto de la iglesia que conductas como las del anciano impenitente serían erradicadas para evitar la contaminación de la comunión fraternal y para neutralizar cualquier comentario externo en cuanto a la catadura moral de sus feligreses. En ocasiones, el temor (gr. fobón) ante saberse fuera de la membresía de la iglesia, y ser, como dice Pablo en alguna ocasión, “entregado a Satanás,” haría recapacitar a más de uno en cuanto a su deseo de romper con las leyes de Dios.

¿Y cuál era el papel del pastor en un procedimiento disciplinario como este? “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad.” (v. 21) A la hora de incoar un procedimiento disciplinario, Timoteo debía tener en alta consideración cada una de las palabras y enseñanzas de su padre espiritual. Dios Padre y Dios hijo son testigos de la pastoral de Timoteo, así como también observan desde los cielos los ángeles más cercanos al trono del Señor. Esta es una expresión que reviste de solemnidad, relevancia y seriedad el acto de la disciplina eclesial. Todo cuanto ha sido dicho por Pablo ha de ser obedecido sin fisuras, olvidando cualquier rumor, murmuración, chisme, afecto personal o comentario externo a la hora de juzgar al anciano (gr. jorís prokrímatos). Timoteo debe buscar la objetividad y la imparcialidad (gr. prosklisin) a la hora de establecer una sentencia a favor o en contra del anciano acusado. Ni los chantajes ni los sobornos deben empañar un proceso tan sensible y delicado.

  1. RECOMENDACIONES SALUDABLES PARA TIMOTEO

Para evitar que estos eventos disciplinarios se den en medio de la iglesia contra los ancianos, Pablo advierte a Timoteo de que la prevención pastoral es la clave: “No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro.” (v. 22) Siempre ha existido un cierto debate en torno a cuánto tiempo debe pasar para que alguien pase a detentar un ministerio o cargo en el organigrama eclesial, o en qué condiciones se debe aceptar que un miembro de la iglesia desempeñe el liderazgo en un área concreta de servicio en la comunidad de fe. A veces, por querer que alguien no se disguste, o por desear integrarlo para que no se marche a otro lugar, o por intentar cubrir un puesto vacante en un ministerio dado, se mete la pata hasta el corvejón, ya que no se verifica correctamente la idoneidad, la madurez espiritual o la capacidad del hermano al que se le ofrece un espacio de servicio en la iglesia. Pablo habla precisamente de esto a Timoteo. Si no quiere que en un momento dado se encuentre en la tesitura de comenzar un procedimiento disciplinario día sí, y día también, lo mejor es no encomendar oficial y públicamente un ministerio a alguien que no es apto para administrarlo. Es mejor una vacante, que tratar de meter con calzador a alguien que la va a liar parda. Además, Pablo avisa a Timoteo de que no se involucre en la defensa de alguien que es un pecador redomado (gr. koinonei jamartías allotriais), aunque le tenga cierto aprecio, porque puede salir el tiro por la culata. La pureza (gr. jagmón), al igual que la imparcialidad y la equidad, deben presidir el carácter pastoral en las horas difíciles de tomar decisiones duras, pero justas, contra ancianos que en un momento dado fueron parte de su círculo más íntimo en la iglesia.

En este preciso instante, Pablo hace un inciso para recomendar a Timoteo una serie de recetas que le permitan mejorar su salud física, la cual parece ser bastante frágil y débil: “Ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades.” (v. 23) De nuevo, el espíritu de prevención vuelve a aparecer de boca de Pablo, esta vez para preocuparse por la debilitada y mermada integridad física de Timoteo. Tal vez, aconsejado por Lucas, el médico que acompañó a Pablo durante gran parte de sus viajes misioneros, Pablo se ocupa de que el estómago (gr. estomaxón) enfermo de su hijo espiritual se halle en buenas condiciones. Y es que la salud física del pastor es fundamental para realizar una pastoral en la que determinados sinsabores pueden afectar negativamente a nuestro organismo, y a nuestro sistema digestivo en particular. Preguntad a varios pastores, y comprenderéis muy bien a qué se refería Pablo. La raquítica estructura anatómica de Timoteo debía ser reforzada, y el vino (gr. oino) de aquella época, el cual se aguaba, con la medida oportuna revertiría en una mejora sustancial de su capacidad orgánica. Beber agua (gr. jidropotei) estaba bien, pero era necesario probar un nuevo remedio, ya que el líquido elemento en los tiempos de Pablo solía acarrear enfermedades contagiosas bastante graves como la disentería.

  1. DISCIPLINA Y DISCERNIMIENTO

Volviendo al asunto de la disciplina eclesial, Pablo, que ya habrá sido testigo, juez y parte en algún que otro proceso disciplinario, entiende por propia experiencia que, antes o después, la inocencia o la culpabilidad del anciano se harán manifiestas antes, durante o tras el juicio disciplinario: “Los pecados de algunos hombres se hacen patentes antes que ellos vengan a juicio, mas a otros se les descubren después. Asimismo se hacen manifiestas las buenas obras; y las que son de otra manera, no pueden permanecer ocultas.” (vv. 24-25) Si el anciano, o cualquier otra persona que es presentada ante los responsables de la iglesia con la acusación de conducirse inmoralmente en la casa de Dios y en su vida privada, ha cometido un delito de la clase que sea, en contra de Dios o de su prójimo, tarde o temprano se sabrá. Si antes de dar principio al procedimiento disciplinario, el acusado confiesa, mucho mejor. Pero si dejan que transcurra el tiempo, si no se reconocen como autores de hechos contrarios a la voluntad de Dios y a los reglamentos eclesiales, y fuerzan un veredicto final, tendrán que comparecer delante de toda la iglesia para ser condenado y exhibido vergonzosamente. No obstante, Pablo no se queda en lo negativo de una sentencia sancionadora, sino que también reconoce que aquellos ancianos, o cualquier otro miembro acusado, que solamente hayan sido señalados por algunas personas sin evidencias de peso ni pruebas concluyentes, también podrán limpiar su nombre a través de las señales inequívocas de que su testimonio había sido fiel y sus buenas obras puestas fuera de toda duda o cuestión. La verdad sale a la luz, y con la ayuda inestimable del Espíritu Santo, tanto el pastor como sus colaboradores, al final, se hace justicia y se reconoce al justo, y se sanciona al malvado.

CONCLUSIÓN

Los presbíteros son un don de Dios para la iglesia, y tienen una gran capacidad para bendecir de muchas maneras, principalmente a través de la enseñanza y la predicación, pero también, cuando cometen el error de comportarse indignamente y se aprovechan de su posición y ascendencia en la iglesia, se pueden llegar a convertir en una auténtica losa y lacra para el testimonio y la comunión armoniosa de la iglesia. La disciplina eclesial es entonces cuando entra necesariamente en escena. Aunque existen mecanismos de filtrado de falsas acusaciones contra estos hermanos ancianos, no hemos de bajar la guardia, porque donde menos se lo espera uno, salta la liebre. Sometámonos a nuestros ancianos y pastores, pero siempre velando por que cada uno de ellos cumpla coherente y fehacientemente con la vocación y el llamamiento que Dios les ha dado.

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