RECORDANDO EL ANUNCIO

RECORDANDO EL ANUNCIO

SERIE DE SERMONES DE ADVIENTO “RECUERDOS NAVIDEÑOS”

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 1:26-33

INTRODUCCIÓN

En los tiempos de la información en los que nos ha tocado vivir un mensaje lo es todo. Necesitamos estar interconectados a través de redes sociales, aplicaciones de mensajería instantánea y vías electrónicas para comunicarnos. Ya las cartas escritas han sido destronadas por los correos electrónicos, las palomas mensajeras por twits, la llamada telefónica casual por whatsapps, y las largas conferencias que antes se mantenían entre lugares distantes y que duraban meses y años, se han acortado por medio de videoconferencias en las que podemos hablar en tiempo real con  alguien mientras lo vemos en pantalla. La ingente cantidad de información de la que disponemos hoy día es tan apabullante que resulta muy difícil estar al tanto de todos los trending topics, modas, noticias y curiosidades que suceden a lo largo y ancho de este mundo.

La facilidad que el mundo globalizado tiene de recurrir a métodos tecnológicos que acerquen a las personas a pesar de las distancias ha perdido el calor, la cercanía y la relevancia que tenían los mensajes de viva voz. Hoy, si no nos interesa la conversación en un chat, nos salimos de él o nos hacemos el sueco hasta que la otra parte se cansa y abandona la charla. Si una persona que forma parte de nuestra intrincada vida social en las redes como Facebook o Instagram, queremos tenerla ahí para observar sus ocurrencias sin involucrarnos personalmente en sus opiniones y tendencias, no estamos obligados a ver todas y cada una de sus publicaciones en el muro. Desconectar es fácil cuando existe un canal a través del cual poder excusarnos con frialdad y displicencia.

Sin embargo, cuando un mensaje o anuncio es entregado en mano, cuando las palabras se unen a las miradas y el sonido de la voz provoca sentimientos y emociones en el interpelado, todo es diferente. No podemos desconectar de la conversación así como así, sin menospreciar al que nos habla o sin desdeñar el asunto que le trae y que a él le parece importante. Toca escuchar con mayor o menor atención. Es el momento de dialogar si algo no nos gusta y no podemos hacer caso omiso a cualquier petición. Cuando alguien desea hablar con nosotros mirándonos al rostro, sabemos que se trata de algo relevante y crucial. ¿O no hemos pasado por angustias y nerviosismo cuando nuestro novio o novia nos ha dicho las temibles palabras: “tenemos que hablar”? El caso que nos ocupa en el texto bíblico se refiere a un anuncio o mensaje tan importante y relevante, que no solo incumbe a María o José como primeros afectados, sino que adquiere un significado nuclear para toda la humanidad entre la que nos incluimos.

  1. UN MENSAJERO ASOMBROSO

“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Más ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta.” (vv. 26-29)

Normalmente no damos mucha importancia a aquel que nos trae un mensaje. El cartero no suele recibir propinas, o ser agasajado con una invitación a almorzar, o llegar con las manos llenas de regalos a su casa tras su jornada laboral, por lo menos que yo sepa. Tratamos al mensajero como a un simple instrumento del que alguien se vale para transmitir un anuncio sin darle mayor trascendencia a su papel en la entrega de una noticia. También depende un poco de la clase de mensaje que traiga, claro. Todos conocemos anécdotas en las que alguien trae una noticia buena y otra mala. ¿Por qué noticia decantarnos? ¿Por saber primero la buena o por dejarla al final para tener mejor sabor de boca? ¿Y si la mala es tan mala que la buena no es tan buena? Si es una buena noticia podríamos incluso abrazar al mensajero, pero si es mala, tal vez lo que recibiríamos son las palmadas o el abrazo del que nos ha hecho entrega de la misiva.

El mensajero que aquí aparece en escena, no es ni más ni menos que un mensajero de Dios llamado Gabriel. La palabra ángel, que proviene del griego angelos, significa esencialmente mensajero o portador de nuevas. Dios suele enviar mensajeros de su parte cuando se trata de comunicar el anuncio de grandes cosas. Por ejemplo, tenemos a dos ángeles advirtiendo a Lot y su familia de la destrucción de Sodoma y Gomorra, a otro ángel socorriendo a Agar e Ismael en el desierto, a un ángel en medio del fuego llamando a Moisés a liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, o a un ser celestial animando a Elías en medio de su depresión. A veces, el Señor recurre a sus siervos más directos para que sus promesas y palabras penetren tan profundamente en el corazón y así lograr que sus planes se cumplan sin vacilaciones ni miedos.

La misión que Dios encomienda a Gabriel es una de tal calibre que todo el mundo va a sentir el efecto intenso y maravilloso de su mensaje. Dios no envía a otro ser humano como hizo en tiempos pasados en forma de profetas, los cuales ya vislumbraron el cumplimiento de las promesas de Dios en el futuro. No habla directamente a esta temerosa doncella a través de sueños. Dios envía a un ángel, a uno de sus mayores y más fieles servidores para que no quepa duda de que aquello que se le iba a decir iba a ocurrir con total y absoluta seguridad. Por supuesto, la visión de un ser resplandeciente apareciendo de la nada en su aposento, no deja de ser aterradora. No todos los días se ve a un ángel de Dios mientras te saluda con abrumadora sencillez. No todos los días un ser celestial te manifiesta el favor de Dios. No todos los días puedes, con la boca y los ojos muy abiertos, escuchar de labios sobrenaturales que Dios te ama y que te bendice de manera especial.

  1. UNA ELECCIÓN SORPRENDENTE

“Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.” (v. 30)

María, como no podría ser de otro modo, estaría completamente apurada y sorprendida. Mucho más que eso. Estaría totalmente desbordada por un millón de sensaciones, emociones y sentimientos cuando la voz suave y profunda del ángel da los buenos días y brota una bendición de su boca. Ella, una humilde joven a punto de casarse con José, no entendía cómo podía ser que ella fuese el recipiente de este anuncio tan extraño. No era una princesa, ni una mujer noble o acaudalada, ni tenía méritos que exhibir ante el mensajero de Dios. ¿Cómo era posible que Dios tuviese interés en querer hablar con ella a través de este ser resplandeciente? Como bien sabemos, el Señor no envía mensajeros tan especiales sino hay un propósito específico de por medio.

La lógica del mundo vuelve a hacerse añicos con la elección de María como recipiente humano del Mesías. Podría pensarse que Dios escogería a alguien más preparado intelectualmente o más experimentado en la vida. Podría pensarse que el Señor elegiría a alguien de alta alcurnia o con un nivel adquisitivo alto que pudiese abrir mil puertas al futuro Salvador. Sin embargo, Dios escoge lo humilde, aquello que se abre sin resistencia ante sus designios, el alma que está dispuesta a creer sin temores ni dudas. María estaba lista y su comportamiento para con todos y especialmente para con Dios la hacían la persona más adecuada y oportuna para cumplir los deseos eternos del Señor. Nadie iba a lograr lo que María logró: hallar gracia ante los ojos del Creador, el cual la contemplaba desde la gloria como la madre perfecta para el futuro mediador entre Él y los hombres. Dios, cuando escoge a alguien para llevar a cabo sus propósitos sabios y soberanos, no mira lo que nosotros miramos, sino que, escudriñando el corazón sabe a ciencia cierta quién puede colmar sus mandamientos y directrices: “Porque el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón.” (1 Samuel 16:7).

  1. UN NIÑO SORPRENDENTE

“Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” (vv. 31-33)

Después del susto inicial, de las palabras enigmáticas del ángel y de haber escuchado que había sido elegida por Dios para una tarea muy especial e increíble, María recibe el anuncio más formidable y maravilloso que nunca un ser humano haya oído. Iba a convertirse en la madre de un niño sin haber conocido varón. Esto era algo inaudito. ¿Cómo iba Dios a apañárselas para que pudiese quedar embarazada de un hijo sin haberse casado con José? Desde su mente finita y limitada, no se da cuenta de que Dios tiene poder más que suficiente para hacer que lo imposible sea una realidad: “Porque nada hay imposible para Dios.” (v. 37). Dios ya ha establecido desde la eternidad este momento para poder encarnarse en un ser de carne y hueso y así caminar junto a la corona de su creación: la raza humana. Su nacimiento sería como el de cualquier otro niño, sin prebendas ni privilegios. Su vida estaría rodeada de las mismas necesidades, alegrías y aventuras que la de cualquier otro ser humano. Sin embargo, su nombre es un nombre que Dios ya ha anticipado y que lo significa todo para su futura misión en la tierra. Jesús es el nombre de un Dios que se acerca piel con piel con el resto de los mortales. Es la esperanza para los marginados y menesterosos, y la salvación para los perdidos.

A pesar de que la sangre circula por sus venas, que pasa frío y calor en las estaciones del año y que el estómago le gruñe cuando tiene hambre, Jesús también es Dios mismo, es el Autor de la realidad, es la eternidad en un puñado de polvo y barro. Será grande, no por su poder político, o por sus hazañas bélicas, o por construir los más fastuosos monumentos de la historia, sino por inaugurar el reino de los cielos en este mundo, permitiendo la oportunidad de que cada persona de esta tierra pueda ser redimido de sus pecados y beber el agua de vida de la salvación. Será grande, no por ser un filósofo seguido por miles de discípulos, o por ser un orador impresionante y conmovedor, sino por mostrar en su humildad la gracia de Dios desplegada ante los ojos de todos los hombres. Será grande porque a pesar de las torturas que tuvo que soportar, la muerte vergonzosa que tuvo que arrostrar y la injusticia que se cometió contra él, se convertiría en el centro vital de millones de personas a lo largo de la historia que creerían en él como Señor y Salvador de sus existencias.

Será el rey soberano de un pueblo que es capaz de reconocer su señorío y reinado. Su reino no tiene fronteras ni aduanas, sino que abarca el tiempo y el espacio sin límites. Su reino no es terrenal, perecedero y efímero, como el de emperadores, dirigentes y dictadores que han pasado al olvido tras ver como sus imperios y reinos desaparecían en la memoria de las crónicas humanas. Su reino es dulce y hermoso, pues su autoridad y dominio no son gravosos ni forzados, sino que por el contrario, es un reino de amor y misericordia perpetuos. Este niño que habría de nacer sería el dueño de toda una nación de corazones y espíritus que entregarán todo su ser a su servicio como muestra de gratitud y gozo por el perdón de los pecados.

CONCLUSIÓN

Este sorprendente anuncio debe ser recordado en este día para volver a recuperar de nuestra memoria aquel día en el que también recibimos un mensaje que cambió y transformó completamente nuestras vidas. Ese bienaventurado día, tal vez no fue un ser refulgente y esplendoroso el que descendió de la gloria de Dios para transmitirnos un mensaje, pero sí fue un siervo del Señor el que nos comunicó que habíamos sido elegidos por Dios para ser salvos y ser lavados de toda nuestra maldad. Al igual que María, cuando escuchamos el evangelio de Cristo, tal vez nos sentimos intimidados ante lo que se esperaba de nosotros y ante las dificultades que comporta ser discípulos suyos. No obstante, cuando Dios nos habla con tanta claridad a nuestros corazones, la duda o el temor se esfuman para recibir el mensaje de salvación y perdón con los brazos abiertos y los oídos preparados.

Hagamos que ese niño del cual hacemos memoria hoy, siga siendo grande y rey en nuestras vidas para gozarnos con nuestros hermanos en estas celebraciones navideñas que ya casi comienzan.

 

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