SU PALABRA SALVA

SU PALABRA SALVA

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE EL SALMO 119

TEXTO BÍBLICO: SALMO 119:41-48

INTRODUCCIÓN

Nos encontramos a dos meses de un nuevo año, y con esta frontera en mente, comenzamos a hacer planes y propósitos de enmienda que nos procuren una motivación extra para cambiar algunas cosas en nosotros y en nuestros hábitos. Con el año nuevo muchos quieren dejar de fumar, ponerse en forma en un buen gimnasio, hacer dietas que purifiquen el cuerpo o aprender algún que otro idioma en una academia. La idea es aprovechar el final de un año repleto de negligencias y descuidos con nuestro cuerpo y mente, para iniciar otro con mejores perspectivas y sueños de mejora. Todos sabemos que al final pocos son los propósitos que de verdad se cumplen, puesto que las circunstancias inesperadas de la vida nos llevan a posponer indefinidamente nuestros planes de transformación física, mental y espiritual.

Precisamente en ese último plano, el espiritual, el creyente sabe que hubo un instante o un proceso especial en el que empezó a ser cambiado y renovado. Ese momento fue la salvación de Dios en Cristo. Una vez decidimos caminar junto a Jesús como discípulos, una vez que el Espíritu Santo habitó en nuestros corazones, y una vez Dios nos adoptó para ser sus hijos para toda la eternidad, una catarsis comenzó a producirse en nuestro espíritu. La salvación por gracia mediante la fe en Cristo obró el milagro de transformar una vida que iba derechita a la perdición y la miseria más terribles, en una vida llena de vida en virtud de la obra santificadora y renovadora del Espíritu Santo. Ahí el cuentaquilómetros de nuestra existencia se detuvo para dar paso a una nueva dinámica vital que nos moldea hasta alcanzar el ideal de ser como Cristo a los ojos de Dios.

La estrofa en la que nos detenemos en este instante habla precisamente de esto, de tomar decisiones y de adherirnos a propuestas que respondan a la salvación tan grande y hermosa que Dios nos ha concedido. Tras un deseo de misericordia y amor incondicional por parte del salmista, éste entiende que la mayor manifestación de ese amor inconfundible de Dios es la salvación de nuestra alma de perecer en nuestros desvaríos y mentiras, para vivir de acuerdo a una renovada manera de vivir bajo la guía de la ley de Dios: “Venga a mí tu misericordia, oh Señor; tu salvación, conforme a tu dicho.” (v. 41). Para nosotros, que nos hallamos en el nuevo pacto de la libertad en Cristo significa seguir un estilo de vida fundamentado en el ejemplo de Jesús. A continuación, el salmista expresa una serie de proposiciones y de deseos motivados por el reconocimiento de la salvación en su vida.

A. CONFIARÉ EN LAS PROMESAS DE DIOS

“Y daré por respuesta a mi avergonzador, que en tu palabra he confiado.” (v. 42)

Yo creo que todos hemos sufrido en mayor o menor medida los ataques burlones de un avergonzador. Este individuo tóxico que suele presentarse como la voz de la razón, de la lógica y de la ciencia, encuentra en el creyente a alguien que debe ser reconvertido en ateo. Para conseguir esto, no duda en emplear el instrumento de la vergüenza. El proceso que utiliza para menoscabar la fe del justo suele ser el de preguntarnos socarronamente dónde está Dios cuando más sufrimos y peor lo estamos pasando. Y hace esto para tratar de demostrarnos que Dios no existe y que nosotros somos unos fanáticos, unos locos o unos engañados por la religión. El cristiano tendrá que soportar el tono sarcástico de sus preguntas y contestar con rotundidad que su confianza está puesta en el Dios de la Palabra, y que nada ni nadie le hará pensar de forma contraria, puesto que lo que el avergonzador considera como ausencia de Dios o locura, solo es la percepción vana de aquel que vive atemorizado bajo la duda de si Dios existe o no. Las promesas del Señor siempre son cumplidas sin demora ni tardanza, y nuestra confianza en Dios nunca ha sido puesta en entredicho.

B. ESPERARÉ EN LA VERDAD DE DIOS

“No quites de mi boca en ningún tiempo la palabra de verdad, porque en tus juicios espero.” (v. 42)

La salvación de Dios debe provocar en nosotros un anhelo y una sed constantes de la verdad. Nuestro nuevo camino en pos de Cristo demanda que deseemos con todo el corazón que la verdad de las promesas de Dios habite en nosotros. En un mundo repleto de mentiras, de falsas promesas de felicidad y satisfacción y de ocultas intenciones, la verdad de Dios se convierte en un oasis en medio del desierto de la doblez de ánimo y de la hipocresía social. Por eso no debemos apartar de nuestros labios la verdad que dispensa la ley de Dios, ya que esta nos muestra precisamente qué habremos de decir o cuando habremos de callar a fin de ser prudentes y cabales. Seguramente muchos querrán que mintamos o que faltemos a la verdad para conseguir algo. Posiblemente habrá personas que intenten convencernos de que una mentira piadosa evita males mayores. Pero lo cierto es que solo la verdad de Dios nos hace libres de las ataduras de las conveniencias y de la imagen que otros quieren imponer a base de mentiras y embustes. El creyente espera y confía en que los juicios justos de Dios sean los que hablen por ellos en la hora difícil de tomar una decisión acerca de la verdad en nuestras vidas.

C. OBEDECERÉ LA VOLUNTAD DE DIOS SIEMPRE

“Guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente.” (v. 44)

El salmista emplea en este versículo un énfasis especial en el tiempo y los tiempos en los que la ley de Dios debe ser obedecida. Como resultado de ser salvo por gracia, la respuesta a esa gracia se traduce en obediencia y servicio a Dios. Pero esta obediencia tiene una particularidad. No es un acatamiento temporal de la ley divina. No es obedecer únicamente cuando todo nos va de maravilla. No es obedecer a Dios solo cuando lo necesitemos como a ese médico de urgencias que nos saque del atolladero en el que estemos. No servimos a Dios estrictamente en unas áreas de nuestra vida, y en otras no. No obedecemos hasta cierto punto de nuestras vidas y luego nos entregamos a la rebeldía y la desobediencia. El salmista nos propone que la obediencia debida a Dios sea algo que perdure, que se extienda en el tiempo hasta convertirse en eternidad. El hecho de remachar expresiones como “siempre” o “eternamente”, por un lado nos habla de la naturaleza humana, la cual se olvida muy pronto de obedecer la voluntad sabia y perfecta de Dios, y por otro, del esmero celestial que Dios pone en que aprendamos por repetición y énfasis que la obediencia siempre estará sujeta a la salvación de nuestras vidas.

D. VIVIRÉ LA LIBERTAD QUE ME HA SIDO DADA

“Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos.” (v. 45)

Para el mundo en el que vivimos, que “libertad” y “mandamientos” estén en una misma frase es algo a todas luces incongruente. Precisamente lo que nos quieren vender desde algunas instancias sociales es que las reglas están para romperlas y que la libertad solo surge de vivir cada uno a sus anchas sin dar cuentas a nadie. La libertad está enfrentada antagónicamente con el hecho de seguir una serie de pautas, normas o mandamientos. La perspectiva del sistema de valores ponzoñoso y pervertido en el que estamos inmersos ha confundido libertad con libertinaje y con tolerancia. No han entendido, como muchos creyentes hoy día, que la salvación por gracia de Dios no debe ser empleada como excusa para vivir relajadamente o para pecar con mayor frecuencia y fuerza. La libertad que se asume social e ideológicamente hoy día no es más que un espejismo traidor que oculta de la visión las cadenas reales de la esclavitud al pecado. Sin embargo, aquel que ha sentido y siente la liberación de esas ataduras gracias a la obra salvadora de Cristo, sabe que la verdadera libertad reside en buscar, desear y aplicar los mandamientos de Dios a su vida. A pesar de parecer una paradoja, siendo esclavos de Cristo somos verdaderamente libres, libres para tomar decisiones que solo nos bendicen y que nos procuran mayor comunión con nuestro Creador y Salvador.

E. PROCLAMARÉ LOS BENEFICIOS DE LA SALVACIÓN

“Hablaré de tus testimonios delante de los reyes, y no me avergonzaré.” (v. 46)

La salvación no es algo que debamos ocultar a los demás. Sabernos redimidos de nuestros pecados en virtud de la cruz de Cristo no puede ser escondida en nuestro medio social. La mejor noticia del mundo no puede ser obviada ni atesorada únicamente en nuestro fuero interno. Si sabemos que gozamos de una nueva vida repleta de bendiciones y dirigida por el Espíritu Santo, si sabemos que es lo mejor que nos ha pasado, y si reconocemos que la salvación es necesaria para nuestros seres queridos y convecinos, no podemos permanecer mudos. Es como si sabiéndonos curados de una enfermedad terrible por las manos de un médico extraordinario y eficaz, no diésemos a conocer de este doctor que nos ha sacado de la tumba para darnos la vida. No importa ante quiénes nos hallemos, sean pobres o reyes: todos necesitan de Dios y deben saber que hay salvación para sus almas. La pena, el miedo o la vergüenza no deben ser impedimento para contar a todo el mundo que solo en Cristo hay salvación y perdón de los pecados. Si no hiciéremos esto, estaríamos avergonzándonos de Dios y de Cristo, mientras estimamos que la salvación no es tan buena nueva, ni que procurará al que la reciba novedad de vida.

F. AMARÉ LA PALABRA DE DIOS

“Y me regocijaré en tus mandamientos, los cuales he amado. Alzaré asimismo mis manos a tus mandamientos que amé, y meditaré en tus estatutos.” (vv. 47-48)

Por dos veces apreciamos el amor que el salmista tiene por la voz de Dios y por el Dios de la Palabra. Antiguamente, adquirir un ejemplar de la Biblia era una verdadera aventura. Ya no hablamos del precio, o del coste en hacerla. Hablamos de la persecución inquisitorial que se desató contra la posesión de un ejemplar del Nuevo Testamento o de la Biblia en el idioma castellano. En ese entorno tan difícil, los pocos creyentes que había, amaban tanto la Biblia que preferían perder la libertad, sus propiedades o su seguridad personal, con tal de tenerla cerca de su corazón. En medio de las torturas o amenazas, el gozo de poder leer y meditar en la Palabra de Dios era descomunal. La ley de Dios causa ese efecto en aquellos que han sido salvados de la ignorancia y la superstición: alegra el alma con sus consejos y lecciones, y se convierte en el asidero necesario para apoyar su fe en Dios. En vez de rechazar la voluntad de Dios revelada en el Libro como algo desagradable y opuesto a las inclinaciones carnales, el cristiano solo ve beneficios y bendiciones para su vida. En la meditación y estudio simple de las Escrituras el ser humano es capaz de contemplar el amor más grande jamás conocido en la cruz del Calvario.

CONCLUSIÓN

Las últimas campanadas del año viejo se unen a la esperanza por las cosas que vendrán con el nuevo. Y los mismos propósitos que el salmista recogió para responder a la salvación preciosa como punto de inflexión para su vida, deben ser también los propósitos de año nuevo para aquellos que se saben liberados, redimidos y salvados por Cristo.

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